LA CLAVE
Navidad en el pesebre catalán
Algunos factores tienden al cambio en el conflicto catalán. Alto: tender hacia el cambio no significa cambiar. Todavía no. La distensión es incierta, aunque se asienta sobre hechos ciertos
Luis Mauri
Director adjunto
LUIS MAURI
El sueco Gunnar Ericsson murió en Nochebuena. Fue hace cinco años. Tenía 94. Empresario y diputado del centroderechista Partido Liberal, Ericsson presidió el comité de enlace del COI para los Juegos Olímpicos de Barcelona.
La capital catalana no ha vivido en los últimos cien años un episodio de compromiso y orgullo colectivos equiparable al de 1992. Los JJOO JJOO tuvieron un impacto económico directo e indirecto de 2,8 billones de pesetas (31.500 millones de euros de hoy). Una cantidad colosal sobre cuya porción pública Maragall, Abad y el fallecido Roldán ejercieron un control férreo. Un cuarto de siglo después, no pesa ninguna noticia de mangoneo sobre ella.
El del 92 fue un episodio feliz y cohesionador. Conviene recordarlo en tiempos de fractura. Pero la preparación de los Juegos no fue un oasis. Hubo pugnas descarnadas por el control del proyecto, es decir, de sus réditos económicos y políticos. Ericsson, entonces ya septuagenario, viajaba a Barcelona cada tanto para supervisar la organización. "Las personas se dividen en dos clases --solía decir--: complicadores y solucionadores. Y estamos tan apurados que todos los primeros sobran, todos".
Distensión incierta, hechos ciertos
Algunos datos han formado en los últimos días un vector que tiende hacia el cambio en el conflicto catalán. Alto: tender hacia el cambio no significa cambiar. Todavía no. La distensión es incierta, aunque se asienta sobre hechos ciertos. Contra quienes a un lado y otro anunciaban y deseaban el apocalipsis, este no llegó el 21-D. Sánchez y Torra departieron. Sus séquitos, también. El Consejo de Ministros acordó en Barcelona medidas de calado social (salario mínimo, violencia machista) y simbólico (Companys, Tarradellas). La patronal catalana reunió a ambas partes en un acto multitudinario. Los presos, el tótem que insufla vida y cohesión al relato independentista tras el trompazo con la realidad, abandonaron la huelga de hambre. Y Esquerra y el PDECat depusieron su rechazo a negociar los Presupuestos del Estado.
A Sánchez no le asusta el riesgo. Aceptó el envite y le ha ganado la mano del 21-D a los complicadores integristas del independentismo y de la derecha española. Algunas cosas tienden al cambio. Solo tienden, pero los apóstoles del cuanto-peor-mejor no están de enhorabuena esta Navidad.
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