Los nuevos esclavos
Tenemos sellos para saber que compramos huevos de gallinas en libertad, pero nadie nos dice que la fruta o la verdura que comemos es a cambio de mantener a miles de trabajadores sometidos por mercados salvajes
Rafael Vilasanjuan
Periodista
Rafael Vilasanjuan
Ya no se compra y se vende gente como ocurría hace algo mas de un siglo, hoy basta la precariedad para que una parte importante de la humanidad trabaje en condiciones infrahumanas, sin derechos y sin posibilidad de emanciparse. Lo sorprendente es que no ocurre solo en países de renta baja con gobiernos que hacen la vista gorda a cambio de un crecimiento económico que de otra forma les sería esquivo. No, los nuevos esclavos están también aquí, en el corazón del mundo rico y no son pocos.
Italia, y mas concretamente el sur del país, es el caso mas visible. Las voces que llegan de lugares como Ragusa, en Sicilia, de mujeres no solo trabajando por salarios de miseria sino también obligadas a tener relaciones sexuales con sus jefes, va en aumento. Según las organizaciones de derechos humanos italianas, en esta zona, donde buena parte de la economía o está sumergida o protegida por redes criminales, mas de la mitad de las rumanas contratadas para trabajar temporalmente en el campo, son forzadas sexualmente por sus patronos ¿Porqué no denuncian? ¿Por qué unas trabajadoras comunitarias no llevan esos abusos a los tribunales? Ragusa es como El Ejido italiano, un valle cubierto por invernaderos de plástico donde la contratación temporal está sujeta a la voluntad y el capricho de quien emplea y donde los que no son dóciles acaban sin trabajo, sin permiso temporal y sin dinero.
Procesos judiciales eternos
En un sistema judicial que tiende a proteger al local en vez de a la víctima, las denuncias acaban en procesos eternos, mientras el trabajador pierde todos sus derechos y el trabajo. Como cualquier esclavo las víctimas tienen miedo porque además, la mayoría de las denuncias quedan impunes. Todos son conscientes pero nadie hace nada. Quien acaba pagando los precios bajos de las grandes cadenas de distribución son los temporeros que trabajan jornadas de más de 12 horas por salarios de miseria, mientras las autoridades del país miran a otro lado, en parte por el temor a arruinar el campo, en parte por la presión de grupos de interés mucho mas poderosos que los trabajadores.
Según el índice global de esclavitud, Italia no es un caso aislado. Tal vez sea el mas exagerado por las conexiones entre la economía formal y la paralela, en muchos casos controlada, en otros solo protegida, por redes conectadas a la mafia. Pero las condiciones de esclavitud se producen también en Francia y por supuesto en España, sin iniciativas que intenten poner freno a los abusos. Es la realidad oculta de esa misma inmigración criminalizada por muchos para que se mantenga ilegal. Inmigrantes indocumentados o forzados por contratos tan precarios que dependen exclusivamente de la voluntad de sus patronos. Tenemos sellos para saber que compramos huevos de gallinas en libertad, pero nadie nos dice que la fruta o la verdura que comemos es a cambio de mantener a miles de trabajadores sometidos por mercados salvajes que permiten convertirlos en mercancía. Tal vez por ahí podríamos empezar a frenar esta nueva esclavitud.
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