IDEAS
Una historia de violencia
Últimamente tolero mal la violencia en un espectáculo. Me pasa lo mismo con los parques de atracciones: solían gustarme, ahora me dan miedo
Lucía Lijtmaer
Periodista
Lucía Lijtmaer
Últimamente tolero mal la violencia en un espectáculo. Me pasa lo mismo con los parques de atracciones: solían gustarme, ahora me dan miedo. Pienso en el tornillo que se afloja en cuanto me subo a una montaña rusa. Con las series, lo mismo: me enganché, como cualquier hijo de vecino, a la última temporada de 'Narcos', y sufro por cada secundario al que balea el clan de Sinaloa.
Me pasa incluso con los libros: comencé 'Laëtitia y los hombres', la terrible historia de Laëtitia Perrais, que tenía dieciocho años cuando fue violada, asesinada y descuartizada la noche del 18 de enero de 2011, y que narra con maestría Ivan Jablonka. No logré pasar de la décima página.
Hay algo en la banalidad de la violencia en el hecho real que, cuando aparece narrado, me resulta intolerable
Intento justificarme con que no se trata de un sentimiento completamente estúpido. Me pasa solamente con los casos basados en un hecho real. No tiene que ver, por ejemplo, con la posibilidad de la muerte humana en la ficción. Es decir, puedo entender que el gatito en una película como 'Alien 2' está destinado a ser salvado en los páramos interestelares para que nos sintamos mejor. El más débil debe sobrevivir para tranquilizarnos, es una de las reglas de la ficción. Ni siquiera, creo, se trata de un tema de moral edificante: no me sucede con crímenes ficticios. En esas ocasiones recuerdo las palabras de Bret Easton Ellis que, cuando algunas feministas se quejaban de la violencia de 'American Psycho', por cómo afectaba a las mujeres, él respondía, con sorna: "claro, porque los hombres salen tan bien parados". Entiendo que pertenece a los parámetros de la ficción.
Pero hay algo en la banalidad de la violencia en el hecho real, que cuando aparece narrado, me resulta intolerable. Quizás por eso, en estos días, me blindo ante los relatos de dónde, por qué, y cuánta sangre se derramó en aquel pueblo. Porque no hay justificación. Porque no hay reglas. Y, ante lo que se dispone como azaroso por los medios, no encuentro control posible. Eso y no otra cosa es el terror absoluto. Por más que entre todos intenten buscarle una trama.
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