LA CLAVE

La pinza extremista

Las derechas claman contra Sánchez por alentar una solución política en Catalunya, como antes lo hicieron contra Zapatero por buscar la paz en Eukadi. ¿De qué lado se pondrá el independentismo?

Quim Torra recibe a Pedro Sánchez en el Palau de Pedralbes, esta tarde.

Quim Torra recibe a Pedro Sánchez en el Palau de Pedralbes, esta tarde. / periodico

Enric Hernàndez

Enric Hernàndez

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Mediada la pasada década, sobre José Luis Rodríguez Zapatero llovía fuego graneado por sus conversaciones con ETA. La conjura de la derecha política y mediática era obscena: puesto que a su juicio el líder socialista había llegado a la Moncloa gracias la matanza yihadista de Atocha del 2004, el diálogo con la banda terrorista vasca iba a ser su tumba política.

El PP montó manifestaciones contra el proceso de paz, antes y después del atentado de la T-4 que rompió la tregua. Mariano Rajoy culpó a Zapatero de “traicionar a los muertos”. Y la prensa conservadora denunció cesiones políticas jamás confirmadas. No pocos tacharon de “suicida” la contumacia del líder socialista en el apaciguamiento. 

Pero cuando ETA anunció el cese definitivo de la violencia, en octubre del 2011, Rajoy cambió radicalmente de discurso: “Lo que ha hecho ETA es rendirse”. Pronto llegaría a la Moncloa y culminaría el proceso de paz que tanto había denostado.

No cabe trazar paralelismo alguno entre el conflicto vasco y el ‘procés’ soberanista, pues este último es mayoritariamente cívico y pacífico, pero sí se observan concordancias en el modo en que las derechas –hoy más fragmentadas-- torpedean la búsqueda de soluciones políticas por la vía del diálogo.

La rendición de Pedralbes

El comunicado firmado el jueves por Quim Torra y Pedro Sánchez, esbozo de una incierta hoja de ruta para encauzar el desafío soberanista, se blande ahora como prueba de la “claudicación” socialista. “La rendición de Pedralbes”, claman los virtuosos del rasgado de vestiduras. Para PP, Cs, Vox, los barones acomplejados del PSOE y sus corifeos, no cabe diálogo alguno con la mayoría independentista del Parlament. Solo su ilegalización --¿la de dos millones de votantes?-- y un 155 perpetuo.

Con su visita a Barcelona Sánchez ha arriesgado mucho --como en su día Zapatero--, consciente de que el deber de un gobernante es resolver los conflictos, no cronificarlos. Si en el independentismo emerge la inteligencia política, tal vez logre consumar sus planes. Pero  si los extremismos de uno y otro costado hacen pinza, Catalunya está abocada a un largo calvario.