Los nacionalismos en Europa
Grandeza y miseria de la vía eslovena
Resulta arriesgado buscar épica en la experiencia política ajena cuando no se posee en la propia
Francisco Veiga
Profesor de Historia Contemporánea de la UAB y coordinador de Eurasian Hub.
Francisco Veiga
La tan traída y llevada vía eslovena, resituada en su contexto histórico, implica dos importantes pecados que vale la pena recordar. El primero es la relación que mantiene con buena parte de los conflictos que se desencadenaron en el proceso de desintegración yugoslava. ¿Por qué 10 años de hostilidades?¿Por qué esas guerras de secesión se siguieron una tras otra y no en un único gran movimiento centrípeto? En buena medida porque todos seguían el modelo esloveno, cuya clave residió en la pronta intervención de la Comunidad Europea para detener una guerra que acaecía en el corazón de Europa, en las fronteras austriaca e italiana, justo cuando había concluido la guerra fría. Unos y otros soñaban con la rápida intervención de los grandes poderes vencedores, fuese la CE, los Estados Unidos, la OTAN o cualquier otro séptimo de caballería que, una vez iniciado el conflicto armado, viniera a sacarles las castañas del fuego, lo que incluía el ansiado reconocimiento diplomático.
Colaboración encubierta
Pero lo que entonces no se sabía, o no se consideró, es que la vía eslovena tenía truco. Porque esas grandes potencias que intervinieron con presteza nada más escucharse los primeros disparos, ya estaban informadas de lo que iba a suceder y colaboraron con ellos de forma encubierta. Los poderosos se comprometen en intervenciones, pero solo en aquellas en las que tienen algo tangible que obtener.
Otra carta tabú en la manga fue el acuerdo entre Milošević y Kučan. La reunión de las delegaciones serbia y eslovena tuvo lugar en Belgrado el 24 de enero de 1991. En base a lo acordado, Serbia no se opondría a la secesión de Eslovenia, dado que allí no había minoría propia que anexionarse. Así que no hubo intervención serbia en Eslovenia, todo lo contrario. Quien sí actuó fue el Ejército Popular Yugoslavo, de composición multiétnica, por mandato de un gobierno federal presidido por un croata.
El otro gran pecado de la vía eslovena pasa por no considerar lo que fue aquello y lo que es ahora. Eslovenia, junto con los Países Bálticos, Polonia, Hungría y Checoslovaquia, fueron en 1990-1991 los países de la avanzadilla democrática y liberal que había derribado el muro y concluido con el bloque soviético. Tuvieron premio, y en el 2004 entraron todos en la Unión Europea por la puerta grande. Con el tiempo se fueron convirtiendo en países problemáticos para el proceso de integración. Hoy, a todos nos suena el nombre de Viktor Orban, mientras Polonia y Eslovaquia son dos grandes núcleos aglutinadores de la ultraderecha europea. La República Checa quedó definida como el país más racista de Europa en un estudio de la Universidad de Harvard que se extendió del 2002 al 2015. Los Países Bálticos han sido los campeones de segregación de sus minorías, y más concretamente, los rusos. A comienzos del siglo XXI, cien mil rusos de Estonia y medio millón de Letonia eran ciudadanos de segunda, con pasaportes especiales y sin derecho de acceso a determinadas profesiones o a votar en parte de los procesos electorales.
Limpieza étnica administrativa
Eslovenia no llegó a tales extremos, cierto. Pero 18.000 ciudadanos perdieron sus derechos como ciudadanos, fueron borrados de todos los registros. Se aplicó con ellos una limpieza étnica administrativa. El asunto supuso la intervención de Bruselas y de la ONU, pero poco se puso hacer. En EL 2004, en un referéndum sobre esta cuestión, el 94% de la población votó en contra de la restitución de los derechos a los borrados.
Lo sucedido en esos y otros países empieza a ser tipificado como posfascismo: la versión atenuada y tecnocrática del fascismo histórico. El fenómeno lo definió por primera vez, en 2001, un filósofo húngaro de Transilvania, Gáspár Miklós Tanás. Sin alterar las formas políticas dominantes de la democracia electoral y el gobierno representativo, gobiernos o partidos pueden hoy amenazar o menoscabar los derechos de la ciudadanía o las minorías, etnificar los conflictos o marginar a personas por su condición nacional, lingüística, religiosa, mental o de género.
Hoy, en Catalunya, en todas las tendencias, hay líderes políticos con proyectos posibles, y otros a los que se le han agotado las ideas constructivas. También hay partidos con su propia tradición épica en la historia y otros que carecen de ella. Y resulta arriesgado buscarla en la experiencia política ajena cuando no se posee en la propia. Menos aún cuando ese modelo se convierte en algo parecido a la historiografía mágica, cuya mera invocación es suficiente para generar resultados infalibles.
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