Educación

Aprender a leer

La investigación científica sobre el aprendizaje de la lectura ha aportado una ingente cantidad de evidencias sobre qué prácticas son más efectivas

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Héctor Ruiz Martín

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Recientemente se ha desatado un intenso debate educativo en los Estados Unidos acerca del aprendizaje de la lectura. No en vano, este es uno de los temas más cruciales de la educación. La chispa que ha encendido la polémica ha sido un extenso reportaje de investigación de la periodista especializada en educación Emily Hanford, titulado '¿Por qué no estamos enseñando a los niños a leer?'. En él, Hanford revela que, a pesar que desde hace décadas la investigación científica sobre cómo aprendemos a leer ha aportado una ingente cantidad de pruebas sobre qué prácticas son más efectivas, en muchas escuelas de su país se desconocen estas ideas e incluso se rechazan en pro de métodos de dudosa eficacia: métodos que la ciencia también ha escrutado y que no han arrojado prueba alguna de sus supuestos beneficios. Más bien todo lo contrario.

¿Qué dice la ciencia sobre cómo aprendemos a leer?

El reportaje de Hanford relata el caso de un grupo de escuelas públicas de Bethlehem, Pennsylvania, cuyos alumnos arrastraban desde hacía años unos resultados muy poco alentadores en las pruebas diagnósticas de comprensión lectora. En el 2015, apenas el 50% de ellos alcanzaba el nivel de competencia lectora adecuado para su edad. Lo más preocupante, sin embargo, es que su situación no se alejaba demasiado de la media nacional, lo cual refleja un problema generalizado de dimensiones sociales devastadoras.

El director académico de este grupo de escuelas, Jack Silva, tomó cartas en el asunto y decidió probar con una aproximación "novedosa": se informaría sobre qué dice la ciencia al respecto de cómo aprendemos a leer. Su sorpresa fue mayúscula al descubrir que las prácticas habituales que se aplicaban en sus escuelas no solo ignoraban los conocimientos científicos, sino que en algunas ocasiones se oponían a ellos. Sin dudarlo, Silva puso en marcha un plan de formación para sus maestros de Infantil y Primaria que, no sin cierta resistencia o escepticismo iniciales, se desarrolló a lo largo de un año escolar. En los dos años siguientes, los nuevos métodos de enseñanza basados en la evidencia se introdujeron en todas sus escuelas. Como resultado, en las pruebas de comprensión lectora del 2018, el 84% de los alumnos impactados por el nuevo programa alcanzó el nivel de competencia adecuado.

No es nada nuevo que la aplicación de los conocimientos científicos en una disciplina provoque mejoras de este calibre; incluso cuando se trata de procesos que dependen de múltiples variables. La medicina es quizá el mejor ejemplo de ello. Sin embargo, la educación, a diferencia de la medicina, ha vivido alejada durante décadas de la investigación científica.

El aprendizaje de la lectura es, por motivos evidentes, uno de los campos con mayor atención de la neurociencia y la psicología del aprendizaje. Existen miles de estudios que nos informan de cuáles son las mejoras prácticas para alcanzar la competencia lectora, y que testimonian efectos con impacto inmediato y duradero. Desconozco de qué forma estamos enseñando a leer en nuestro país, pero teniendo presente que según las pruebas de diagnóstico internacionales en comprensión lectora nos encontramos a la cola de Europa y la OCDE (por detrás de Estados Unidos), me gustaría humildemente recomendar, al menos por descartar posibilidades, una aproximación como la que realizó Jack Silva en su caso: contrastar lo que estamos haciendo con lo que nos dice la ciencia y, en el caso de apreciar diferencias importantes, dar un voto de confianza a los consejos que los estudios nos han brindado