análisis

Oportunistas y mortíferos

La gran pretensión final es lograr que fracase el reformismo político y la adecuación de la práctica religiosa al mundo de hoy para atraer voluntades hacia la vuelta al pasado

yihadismo siria marruecos

yihadismo siria marruecos / periodico

Albert Garrido

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La derrota del Estado Islámico en Siria, proclamada por Donald Trump para justificar la retirada estadounidense del país, apenas mengua los riesgos asociados a su existencia: en cualquier lugar, los muyahidines se mantienen en la creencia de que la razón está de su parte y las muertes son necesarias. El asesinato de dos jóvenes turistas escandinavas en Marruecos ratifica el temor de que, desaparecida la localización territorial del califato, su estrategia de amedrentamiento de la opinión pública se desparrame en todas direcciones mediante la comisión de pequeños golpes de mano oportunistas y mortíferos al alcance de lobos solitarios –el ataque de Estrasburgo– o de células durmientes. Dicho de otra forma: aunque sea cierta la extinción del califato, prevalece su legado.

En sociedades ampliamente secularizadas, pero formalmente confesionales como la marroquí, la actividad de los terroristas apunta a dos objetivos: doblegar a quienes pretenden normalizar a la larga el modelo secular y dañar aquellos instrumentos de difusión del mismo, uno de los cuales es el turismo. Así ha sucedido en los últimos años con atentados en Túnez, Turquía y otros lugares, donde el flujo turístico es un ingrediente esencial de la economía, pero es, al mismo tiempo, un sector muy sensible a variables como la inseguridad.

Teatro de operaciones

Hay un tercer factor que forma parte de la prédica fundamentalista: la supuesta inviabilidad de la convivencia de musulmanes y occidentales de tradición cristiana o judía. Así, por su proximidad y relación con Europa y por la importancia histórica de la minoría de ascendencia judía, Marruecos es un teatro de operaciones poco menos que natural para los lunáticos de la yihad. La gran pretensión final es lograr que fracase el reformismo político y la adecuación de la práctica religiosa al mundo de hoy para atraer voluntades hacia la vuelta al pasado, a la presunta puridad de los días primeros del islam. Y frente a este proyecto, ni siquiera el rey de Marruecos, protector de los creyentes, puede mantener la nación a salvo.