Sánchez en Barcelona

21-D: pantomima gubernamental

Nada se resolverá si no se está dispuesto a tratar todos los asuntos y a solucionarlos políticamente, todo lo demás es apariencia

Quim Torra recibe a Pedro Sánchez en el Palau de Pedralbes, esta tarde.

Quim Torra recibe a Pedro Sánchez en el Palau de Pedralbes, esta tarde. / periodico

Andreu Pujol Mas

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A finales de agosto Pedro Sánchez anunció desde Chile que antes de que se terminara el año convocaría dos encuentros del Consejo de Ministros fuera de Madrid: uno en Andalucía y otro en Catalunya. El pretexto que esgrimió Sánchez para celebrar estas reuniones, según sus propias palabras, era el de demostrar que el Gobierno español está preocupado por los “problemas de los ciudadanos”. Los andaluces no supieron establecer la correlación entre la ubicación del encuentro y la preocupación gubernamental por sus asuntos: se reunieron en Sevilla durante el pasado octubre y el resultado del PSOE en las elecciones andaluzas fue el peor de la historia.

En Catalunya ya estamos acostumbrados a las ocurrencias de este tipo. Periódicamente hemos oído hablar de un posible traslado de la sede del Senado a Barcelona, como si esto comportase algún cambio sustancial en la estructura del Estado. Como mucho habríamos visto como se aprobaba la aplicación del artículo 155 desde nuestra propia capital, lo que habría sido el máximo logro de la descentralización de la España plurinacional.

La elección de la fecha

Desde agosto hasta hoy han pasado suficientes semanas como para poder afirmar que la fecha no se escogió al azar. El 21 de diciembre del año pasado fue el día de las elecciones impuestas por el Gobierno de Rajoy y, por tanto, es un símbolo de la autoridad del Gobierno español sobre Catalunya. Aún diría más: es un símbolo del autoritarismo del Gobierno español sobre Catalunya y es normal que muchos catalanes lo lean de esta manera y no como un encuentro de Hermanitas de la Caridad que vienen a solucionarnos los problemas. Por eso se tienen que rodear de 9.000 policías y paralizar media ciudad para garantizar el éxito de su pantomima.

Cualquier otra fecha era mejor si el Gobierno español quería escenificar distensión y preocupación sincera por la situación política en Catalunya. Si lo que quería representar era el imperio sobre un territorio díscolo tampoco ha sacado una conclusión acertada del 21 de diciembre del 2017. La anterior ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, reconoció abiertamente que aquellas elecciones se convocaron “para que las gane el constitucionalismo”, al mismo tiempo que su vicepresidenta se vanagloriaba de haber descabezado al independentismo utilizando al poder judicial. Y a pesar de todo esto, el independentismo venció en las urnas y el derecho a la autodeterminación mantiene un amplio apoyo social.

Que los dos gobiernos –el catalán y el español- puedan reunirse, siempre es algo positivo. Es una ligera mejora respecto el fanatismo y la crispación del Ejecutivo de Rajoy, pero tampoco hace falta que enaltezcamos desmesuradamente lo que es normal en cualquier parte del mundo civilizado y democrático. Debe tenerse claro que nada se resolverá ni se va a llegar a ninguna conclusión si no se está dispuesto a tratar todos los asuntos y a solucionarlos políticamente. Todo lo demás es apariencia y comedia.