La bella superviviente

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Ramón de España

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Instalada en París desde hace cierto tiempo, esa leyenda viva del pop que es Marianne Faithfull publica a los 71 años un álbum espléndido, 'Negative capability', lo mejor que ha grabado -o eso me parece- desde el sensacional 'Before the poison', del 2005. La fórmula es la misma: canciones hermosas, tranquilas, melancólicas; instrumentaciones sencillas, en las que ni sobra ni falta nada, a base de guitarra acústica, piano y cuarteto de cuerda; un equipo de colaboradores impecable a la hora de componer, en el que destaca Ed Harcourt y que cuenta con la presencia de Mark Lanegan y el ya habitual Nick Cave; un par de versiones: de Bob Dylan ('It’s all over now, baby blue') y de sí misma (tercera grabación de 'As tears go by', la canción de Mick Jagger y Keith Richards que ambos le regalaron cuando era la novia del primero: el romance duró entre 1966 y 1970).

En aquella época, Marianne Faithfull -una chica de buena familia, descendiente por vía materna de Sacher Masoch, el autor de 'La Venus de las pieles'- era una persona muy diferente a la actual. Ni su voz era la misma. Joven, dulce y angelical, parecía la respuesta británica a Françoise Hardy. Su nueva voz -la de cazalla que tanto nos gusta a algunos- se la empezó a trabajar en los años 70 a base de alcohol, drogas y una laringitis criminal. Adicta a la heroína, llegó a pasar dos años en las calles del Soho, esperando la muerte (ya había intentado suicidarse en 1970, tras perder la custodia de su hijo). Afortunadamente, Marianne renació, grabó un disco que la volvió a situar en el mapa del pop ('Broken english', que contenía la estremecedora 'The ballad of Lucy Jordan'), dejó los malos hábitos y empezó a convertirse en la encantadora abuelita que es en la actualidad. Hasta le ha sacado partido a la artrosis que padece gracias a un bastón que queda muy bien en las fotos. Cada equis años publica un disco que sus fans compramos religiosamente y al que la mayoría de la humanidad no presta la menor atención.

Pero las ventas no son algo que le quite el sueño a esta superviviente que ha necesitado prácticamente toda una vida para alcanzar algo parecido a la serenidad. Con esa voz propia de quien ha estado en el infierno y ha vuelto para contarlo, Marianne envuelve su melancolía en arreglos de cuerda para recordarnos que la dulzura no está reñida con la lucidez. 

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