La semana del 21-D

El juego de los disparates

Quim Torra y Pedro Sánchez, en la Moncloa el pasado julio.

Quim Torra y Pedro Sánchez, en la Moncloa el pasado julio.

Rafael Jorba

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Hace un año, en vísperas de las elecciones del 21-D, regía el artículo 155 y la Generalitat estaba intervenida. Era la constatación del fracaso de la política. Un año después, restaurados los puentes del diálogo, asistimos a un auténtico juego de los disparates: el problema es ahora la celebración de un Consejo de Ministros en Barcelona y la mano tendida del presidente Sánchez al 'president' Torra. El despropósito es comparable a aquel episodio que protagonizan dos despistados en un tren en el monólogo de Joan Capri 'De Madrid a Barcelona en tercera'. Un despistado pregunta al otro: “¿Qué hora es?”. “Martes”, responde el interpelado. “Así he de bajar en la próxima estación”, replica el primero.

Ha sido Jordi Sànchez, desde la cárcel de Lledoners, quien ha puesto un poco de cordura en las filas independentistas: ha animado a Torra “a crear las condiciones” para facilitar el encuentro, ha recordado que el diálogo nunca puede ser considerado una expresión de debilidad y que es compatible con una movilización pacífica. Se trata de una obviedad que choca con aquellas voces que calificaban de provocación la reunión ministerial en Barcelona.

Sí, el juego de los disparates: con la libertad de manifestación como bandera, se puede cortar 15 horas una autopista y se cuestiona que el Gobierno que representa a todos los ciudadanos españoles -también a los catalanes- se pueda reunir en Barcelona. Sí, el juego de los disparates: se pone contra las cuerdas al presidente que mantiene abierta la vía de la distensión y se dan argumentos a los Casado y Rivera de turno que reclaman que se active de nuevo el artículo 155 de la Constitución, que se recentralicen competencias, que se reforme la ley electoral para frenar la representación de los partidos nacionalistas o, incluso, que se les ilegalice. Sólo desde la política del “cuanto peor, mejor”, diseñada desde la comodidad que ofrece el llamado espacio libre de Bruselas, se pueden alentar la “vía eslovena” (Torra) y afirmar que su coste “será dramático” (Comín).

Entre tanto, el auténtico drama es este juego de los disparates. Primero para aquellos políticos que se encuentran en prisión -cuatro de ellos en huelga de hambre- y que ven como la temeridad de algunos de sus compañeros de viaje torpedea su estrategia de defensa. Y segundo, para el conjunto de los catalanes -independentistas, constitucionalistas o mediopensionistas- que temen un golpe de timón en la política española en el que, de camino hacia la independencia, acabemos perdiendo la autonomía.

No es una casualidad que haya sido Jordi Sànchez -un dirigente de larga trayectoria social y política- quien haya puesto un poco de sentido común en medio de tanta desmesura. El problema de fondo, como escribió Gaziel en febrero de 1936, es la bisoñez de nuestros líderes políticos; en Catalunya y en el conjunto de España: “Estos hombres, improvisados casi todos ellos en los menesteres de la gobernación estatal, cometieron muchos errores, tuvieron algunos aciertos, y en resumidas cuentas se portaron como lo que eran: como unos novatos. El país, claro está, debió pagar la novatada”. Un poco de profesionalidad, por favor.