Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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Calu Rivero estaba eufórica cuando supo que iba a protagonizar una de las telenovelas más vistas de Argentina, 'Dulce amor'. Ella tenía 26 años y el galán de la serie 50. Al poco, Calu renunció al papel, a la fama y al dinero y se fue a Estados Unidos. Años después, contó que huyó del acoso sexual del actor Juan Darthes.

Tras que ella hiciera pública la historia, Darthes demandó a la actriz por calumnias. Otras dos actrices, Ana Coacci y Natalia Juncos, dijeron que habían sufrido experiencias parecidas. Se las tachó de mentirosas, de oportunistas en busca de fama gratuita.

Más de un año después, el pasado martes, la actriz Thelma Fardín (foto, con las manos en la cara) denunció que fue violada por Darthes cuando ella tenía 16 años y él 45. Durante una gira de la serie 'Patito feo'. Una serie que veía mi hija de pequeña, un éxito internacional en el que Darthes interpretaba el papel de papá ejemplar.

Las cuatro actrices narran historias parecidas, y repiten un detalle. Él les decía: «Mirá cómo me ponés». Ninguna lo contó en su momento, tenían miedo. Darthes se lo dejaba claro: él era el famoso, ellas no. Nadie las creería (tal y como sucedió), y no volverían a trabajar.

Daisy Coleman tenía 14 años cuando unos amigos de su hermano la invitaron a una fiesta. Y la emborracharon. Después tiraron su cuerpo en la puerta de su casa, en una noche de invierno. Su madre la encontró en coma etílico y azul por la hipotermia.  En el hospital, los médicos determinaron que había sido agredida sexualmente. Un vídeo que se había grabado en la fiesta, y que lo confirmaba,  ya corría por todo el pueblo.

Pero uno de los agresores era nieto de político y eso les libró a todos de cumplir condena.

En el pueblo pensaron que Daisy estaba dando mala fama al lugar, así que a la madre la echaron del trabajo y unos vándalos prendieron fuego al domicilio familiar.

Hoy, Daisy da conferencias sobre supervivencia del abuso y su historia se ha mostrado en el documental 'Audrey y Daisy'.

Las personas que sufrimos esas experiencias en la infancia o adolescencia no contamos nada en su momento, por miedo. Y, como nadie más contaba nada, creíamos que nuestra experiencia era muy rara. Y que la culpa debía de ser nuestra.

Las personas que
sufrimos abusos
en la infancia o 
adolescencia no
contamos nada
en su momento,
por miedo

Como nos habíamos quedado quietas, paralizadas como el cordero al que llevan al altar sacrificial, se nos convencía de que, al no habernos resistido, éramos culpables. La ley en España piensa algo así. La sentencia de 'La manada' en Pamplona es la más conocida, pero hay cientos de sentencias parecidas: No ha habido violación porque ella se ha quedado quieta. Paralizada por el miedo, a veces. Intoxicada por su agresor en otras.

Casi todas las (y los) supervivientes seguimos un patrón parecido, el arduo camino del estrés postraumático.

Las imágenes de la situación traumática han quedado grabadas en una memoria emocional indeleble y vuelven a reexperimentarse una y otra vez, contra de la propia voluntad, a pesar del paso del tiempo, con todo lujo de detalles. Aparece la ansiedad (preocupación, miedo intenso, falta de control), la irritabilidad, la ira, tristeza, la culpa, el agotamiento, los pensamientos irracionales, el sesgo atencional (todo el tiempo se piensa en lo mismo), el sesgo interpretativo (estímulos que antes eran neutros ahora se viven como amenazantes y se evitan), que aumentan aún más la intensidad de las respuestas de ansiedad, sumando más impotencia, debilidad, agotamiento, etc.  Después llegan los trastornos alimentarios, las autolesiones, la autoestima destrozada,  los intentos de suicidio.

Eres una superviviente, pero te tachan de loca. Y si alguna vez te atreves a decir algo, tu palabra no tiene valor porque ya te han puesto la etiqueta de loca, que protege al agresor. 

Para colmo, en la mayoría de los casos, la culpa, la vergüenza y la baja autoestima hace que nos enganchemos en relaciones intensamente tóxicas porque en el fondo pensamos que no merecemos nada mejor y porque no hemos aprendido a establecer relaciones sanas. 

Nos definía el silencio. Ese secreto del que nunca hablábamos, en realidad lo más importante de nuestra vida.

Pero silencio no protege.

Esta historia la conté en una novela ('Por qué el amor nos duele tanto') que fue rechazada en su día por «demasiado intensa y conflictiva». (Finalmente pudo editarse, pero fue complicado). Pero conflictiva es una sociedad que nos niega e invisibiliza.

Muchos y muchas, como Daisy, Ana, Natalia, Calu, Thelma, yo, hemos decidido hacernos visibles y alzar la voz. Porque sabemos que somos lo que superamos.