Opinión | Editorial

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Unión de los Veintisiete frente a May

Ya no hay margen para cambiar el acuerdo cerrado con la UE sobre el 'brexit', sería una irresponsabilidad

La primera ministra británica, Theresa May, durante la conferencia de prensa que ha celebrado en la sede del Consejo Europeo.

La primera ministra británica, Theresa May, durante la conferencia de prensa que ha celebrado en la sede del Consejo Europeo. / periodico

Las pretensiones de Theresa May de introducir cambios en el acuerdo cerrado con la Unión Europea (UE) y en la declaración política que lo acompaña ha chocado con el muro que quizá ella creyó más vulnerable: la unidad de los Veintisiete. A pesar de las líneas de fractura que a menudo aparecen en el complejo entramado europeo, el 'brexit' y sus consecuencias ha sido el pegamento ideal para que los estados, por una vez, hayan aparcado sus diferencias. El texto negociado es intocable porque se tiene por el único posible y no hay margen para introducir “garantías vinculantes” por escrito como pretende la 'premier'.

Acuciada por el tiempo y por la sublevación de los 'brexiteers' en el seno del Partido Conservador, pretende May traspasar a la UE una parte de la responsabilidad y del coste político del divorcio en curso. Pero ha cundido entre los socios europeos la idea de que puesto que fue el Reino Unido el que se embarcó en la aventura, debe ser el Reino Unido el que peche con las consecuencias; puesto que fue un primer ministro 'tory', David Cameron, quien abrió la caja de Pandora del referéndum, debe ser la familia 'tory' la que corra con el gasto.

Es ajeno a toda lógica aspirar a que sean los Veintisiete quienes salgan en auxilio de May y tranquilicen a sus adversarios –algo bastante improbable vista su acalorada oposición al 'brexit' blando–, como si fuera Bruselas depositaria de alguna culpa sobrevenida que decantó el resultado del referéndum a favor de la salida. Basta repasar el reiterado recurso británico a considerarse un caso aparte en la evolución de la UE para concluir que la capacidad de comprensión de sus socios ha sido puesta a prueba en numerosas ocasiones, muy a menudo a costa de dañar la solidez de la organización.

A estas alturas de la crisis ya no hay margen para volver a la casilla de salida y tocar el texto. Ni la Comisión ni los estados se oponen a esclarecer el significado de algunos apartados, pero lo acordado y escrito, escrito está, y sería una grave irresponsabilidad desandar el camino. De forma especial en el espinoso asunto de la cláusula de salvaguarda para Irlanda, cuyas implicaciones a nadie escapan (la pacificación del Ulster), mal que pese a los unionistas, a quienes May necesita para completar la mayoría en el Parlamento, y a la facción 'tory' levantisca que cree llegada la hora de asaltar el puente de mando.