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Los indies están bien

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Juan Manuel Freire

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Oigo y leo las muchas reacciones adversas al muy urbano, muy latino, también muy protagonizado por mujeres, cartel del Primavera Sound y no quepo en mí de asombro. Me sorprende que en un mundo musical donde todo, por fin, está más mezclado que nunca, donde 'underground' y 'overground', indie y 'mainstream', blanco y negro, ya son distinciones de otro tiempo, todavía sigan existiendo facciones. Se supone que la música es ese lenguaje universal que nos une a todos, no un enésimo lugar donde tomar partido radicalmente.

Están los que miran el reguetón por encima del hombro. Mal. Y luego están quienes consideran, mal también, que las guitarras son cosa de viejos, que los artistas con más de 40 años harían bien en retirarse y una reunión de Stereolab da pena, aunque ya quisieran muchos productores de trap actuales tener su dominio del 'sampler'.

Al final toda música tiene un mismo fin, el de afirmar una expresión personal con la que, quizás, otros puedan conectar

¿Por qué el juego del pop ha de basarse en restar, en lugar de sumar, sumar y sumar? El indie está bien. Los indies están bien. Al final toda la música tiene un mismo fin, el de afirmar una expresión personal con la que, quizás, otros puedan conectar. Solo cambia la herramienta musical. Hoy por hoy, casi huelga decirlo, existen infinidad de artistas que siguen cultivando con éxito y desarrollando formas de hacer canciones fácilmente asociables a la nación alternativa de los 80, 90 y dosmiles.

El indie rock no ha muerto, sino que vive y duele gracias a las artes emotivas de un puñado de jóvenes mujeres como Soccer Mommy, Snail Mail o Lucy Dacus. Esta última comparte el proyecto Boygenius con Julien Baker, una de las artistas que mejor defiende ahora mismo las esencias emocore. El dreampop de Cocteau Twins sigue resultando fértilmente inspirador, como demuestran los temas de Hatchie y algunos de Julia Holter. El rock lento y cortavenas, aquello que convenimos en llamar slowcore, ha evolucionado en direcciones inesperadas, no necesariamente gracias a artistas de última hora: escuchen el último disco de Low y díganme si parece acaso la obra de un grupo vetusto, acabado, ahogado por las nuevas corrientes en lugar de inspirado por ellas. También Bon Iver ha sabido escapar de la autoparodia (ya se encargan otros de imitar mal sus primeros discos) y se ha marcado, con Big Red Machine, uno de los proyectos más libres y abiertos del 2018, tanto a nivel musical como empresarial.

Al final, son los propios músicos los que dan lecciones de respeto y aperturismo, reconociéndose parte de un continuum histórico. El trapero Yung Beef ha colaborado famosamente con los popes del indie nacional por excelencia: Los Planetas. Dos artistas de la nueva ola urbana, Pimp Flaco y Dellafuente, han hecho buenas migas creativas con las bandas de guitarras Solo Astra y Novedades Carminha, respectivamente. The 1975, posiblemente la banda que mejor representa el 2018, es a la vez pop y hip hop, los ochenta y el futuro: todo vale, mientras haga sentir bien.

De modo que eso, déjense los carnets de afiliado en casa y pásenlo bien en el Primavera Sound.