La imagen de los políticos
La barba de Abascal
¿Qué hace el líder de Vox con la barba de Anguita? Pues lo que los puristas acusan de hacer a Rosalía: apropiacionismo cultural
Javier Pérez Andújar
Escritor.
Javier Pérez Andújar
Lo que diferencia a la derecha española del resto de la europea y de la americana es la barba. Nosotros tenemos una derecha con toda la barba. Entre Santiago Abascal y Mariano Rajoy el extremismo es una cuestión de longitud capilar. ¿Qué hace Abascal con la barba de Julio Anguita? Pues lo que los puristas acusan de hacer a Rosalía: apropiacionismo cultural. Acaso las derechas actuales se dejan barba para que no las confundan con las de antes.
Durante muchos años hemos sufrido a una derecha con bigote. Al principio apenas era un desfile imperceptible, una delgada línea que no había que pasar, pues los que pasaban eran ellos. Vaya si pasaron. Pero luego el bigote les fue creciendo, era lo último que les quedaba, y vivió su momento culminante en el bigote de Antonio Tejero. Se trataba de un bigote que fue hinchándose históricamente de patriotismo a medida que España dejaba de pertenecerles a quienes se habían apoderado de ella por las armas. Quizá un país solo se pueda tener de ese modo, a lo bruto, porque los países no son para tenerlos sino para habitarlos. En esto, los países se parecen al amor.
Nostalgia del campo de batalla
Así fue cómo le explotó el bigote a la derecha: de golpe, y por ello lo que luego llevaba José María Aznar siempre pareció una cicatriz. Aznar viene con la misión de poner fin al bigote de la derecha española. Necesitó dos legislaturas para conseguirlo. Y un poco de perejil e invadir Irak. Cuando Aznar hablaba catalán en la intimidad se le irritaba el bigote, y también por esto decidió prescindir de ambos. Aznar es un eslabón perdido que engarza el fin de una especie con el inicio de otra. Con Aznar se acaba la ultraderecha con bigote y nace una con barba.
El bigote es más moderno que la barba del mismo modo que Errol Flynn es más moderno que los reyes godos. Una barba no es más que una forma de exilio a la que se ha condenado a la cara. A lo que tiene de destierro se debe que las izquierdas hayan tirado tanto hacia la barba. Pero actualmente, desde un punto de vista progresista, no vale la pena llevar barba a no ser que se la deje uno como Valle Inclán. La barba en la derecha es la nostalgia del campo de batalla. Nuestra ultraderecha ha convertido la Reconquista en su Mayo del 68. Pero cuando Abascal pasea a caballo, más que a la busca del sarraceno, parece que vaya a la feria de abril. Lo que en Aznar había sido rancho en Abascal es cortijo, y por eso este político bilbaíno obtiene su primer gran éxito en Andalucía. A pesar de que recuerda a la cordobesa de Anguita, la barba de Abascal es puramente bilbaína, y ello explica que se parezca tanto a la de Unamuno, pero sin su blancura. Lo que en Unamuno son nieves perpetuas, en Abascal es una cana al aire. Todo lo que Abascal oculta en su mentón, lo muestra en la frente. Su rostro es pura frente porque ha nacido para el frentismo. No tapa sus ideas, pero enmascara sus labios. No muestra la boca pero sí la voz. La ultraderecha ha elegido el latín para ponerle nombre a su partido porque añora Roma. Donde antes hubo pantanos, ahora veremos acueductos.
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