Al contrataque

¿Quién teme a la Navidad?

A los jóvenes no les gusta la Navidad, la Navidad solo le gusta a los niños y a los viejos. A los niños les gusta por las vacaciones, por los regalos y porque parecen unas fiestas pensadas especialmente para ellos

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Milena Busquets

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A los jóvenes no les gusta la Navidad, la Navidad solo le gusta a los niños y a los viejos. A los niños les gusta por las vacaciones, por los regalos y porque parecen unas fiestas pensadas especialmente para ellos.

No sé si en un pasado remoto hubo algún elemento espiritual en las Navidades, en cualquier caso hoy en día se parecen más a una visita a Disney World o a un centro comercial que a la celebración por algo tan trascendental como el nacimiento del Mesías.

Ya era así en mi época, hace mil años, cuando teníamos la suerte increíble (pero como casi todo lo increíble, en aquel momento nos parecía lo más normal del mundo) de vivir en un país que no era, salvo excepciones puntuales, ni muy religioso, ni muy nacionalista.

En la infancia las Navidades son una aventura fantástica, una especie de verano en medio del invierno, con el añadido de los regalos, el pesebre, el árbol, los dulces, la llegada de los Reyes Magos, el permiso para quedarse despierto hasta después de las campanadas el día 31, el agua para los camellos y el paseo en coche por la ciudad para ver las iluminaciones. 

Esa era una de mis tradiciones favoritas, nos metíamos en el coche con mi madre (creo que después de cenar y ya en pijama y zapatillas, con el abrigo encima) y recorríamos maravillados las calles del centro, dando gritos de sorpresa y de alegría cada vez que doblábamos una esquina.

No sé si esa tradición la inventó mi madre o si era habitual entre los niños de mi época. Pero por alguna razón, la alcaldesa Colau ha decidido que esa parte de la Navidad ya no es necesaria, jamás he visto una ciudad peor iluminada que Barcelona este año. una ciudad peor iluminada que Barcelona

En la juventud, en cambio, lo guay es que no te guste la Navidad. La Navidad es un rollo, la familia es un rollo, las interminables comidas son un rollo, el pavo relleno es asqueroso y los turrones también. Recuerdo las negociaciones hasta el último minuto con mi madre para no tener que asistir a las comidas navideñas, y una vez había aceptado ir, las negociaciones incluso más largas para poder ir vestida con vaqueros y bambas porque si bien siempre me ha gustado vestir con pulcritud, ese día justamente lo que me apetecía era ir vestida lo más zarrapastrosa posible.

En algunos casos la juventud se alarga muchos años, incluso después de ser padres, de haber perdido a seres queridos y de haber entrado de lleno en la vida adulta.

Y entonces llega un día, a principios o a mediados de noviembre, en que de repente piensas que tienes ganas de que llegue la Navidad, de comer con tus amigos y con tu familia, de decorar la casa, de encender el árbol, de comprar regalos. Y te da igual no ser guay y ser ya un poco vieja.