El avance ultra
Populismo sin pueblo
El ascenso de Vox procede de una línea antigua, católica y fascista, y otra actual, en consonancia con la deriva autoritaria mundial
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Parece una ironía del destino, pero tiene un punto de belleza accidental que, en la semana en que se celebraban los 40 años de la Constitución, un partido de ultraderecha entrara por primera vez en un Parlamento español. un partido de ultraderecha entrara por primera vez en un Parlamento españolDurante estas cuatro décadas se ha repetido a menudo, con un orgullo de la Transición, que en España no había partidos ultras -mientras la bestia iba despertando en muchas democracias consolidadas de Europa-, pero el espejismo se sostenía solo por una obviedad: el franquismo, que no tuvo que pasar cuentas con nadie, sobrevivía latente en la derecha española. En el momento en que la retórica neofranquista se ha desbordado, ganando protagonismo electoral, unos y otros han visto como Vox les adelantaba por la derecha. Ahora todo el mundo elude la responsabilidad de haber avivado las opciones del populismo -un populismo sin pueblo-, pero el problema es que no resulta sencillo entender la naturaleza de esos votantes.
Vox ni siquiera tiene a un líder carismático que arrastre a las masas, pero su ascenso es particular porque procede dos líneas diferentes, una de local, antigua, católica y fascista, y otra de actual y en consonancia con la deriva autoritaria en todo el mundo. Por un lado está el neofranquismo sin complejos y promovido por el PP cuando recupera un discurso contra la inmigración y por la reconquista (Pablo Casado diciendo que "la Hispanidad es el hito más importante de la humanidad"). Y por el otro, el desconcierto que provoca una agenda neoliberal -la de Ciudadanos y, en parte, del PSOE-, que es ideológicamente promiscua y siempre actúa a favor de los intereses del 'establishment'.
En Andalucía, como en todas partes, la ultraderecha reaccionaria, xenófoba y autoritaria se ha servido de las estrategias democráticas para convencer a un votante que va sin rumbo y desencantado con los referentes de la política tradicional -un electorado analógico, digamos-. Llegados a este punto, es probable que el peso de una palabra contundente como democracia ya no sea suficiente, de tan manoseada, y haya que añadirle un adjetivo: democracia radical, por ejemplo.
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