El nuevo tablero político
España, sin centroderecha
Casado y Rivera deformaron el terreno de juego de tal manera que Vox comenzó a ser percibido como aceptable por una parte de la sociedad
Marçal Sintes
Periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicació (URL).
Marçal Sintes
El desplazamiento de Pablo Casado y de Albert Rivera hacia posiciones de extrema derecha allanó el camino de Vox. Casado representa a los ‘halcones’ del PP, aquellos que siempre consideraron a Rajoy un 'blando' sin muchas convicciones, o sin las convicciones que a ellos les hubiera gustado que tuviera. Rivera encabeza un partido nacido contra la lengua catalana y otros consensos de país. Nace del resentimiento y tiene un líder de una ambición desmedida. Sea como sea, en su competencia por ver quién era más de derechas y más intransigente, lo que hicieron Casado y Rivera fue ensanchar los márgenes del debate admisible. Deformaron el terreno de juego de tal manera que Vox comenzó a ser percibido por una parte de la sociedad como aceptable.
Justo después de conocer los resultados de las elecciones en Andalucía, una parte mayoritaria de la prensa de Madrid puso su empeño en blanquear a Vox y a su líder, Santiago Abascal, un tipo amamantado por el PP que hace un tiempo decidió cambiar de camiseta. El proceso de blanqueamiento continúa. Vox es un partido emparentado con la ola de extrema derecha populista que recorre el mundo, pero, como suele ser corriente, con impronta local. Así, odia todo lo que signifique diversidad y, por tanto, complejidad: inmigrantes, gais o -este es el elemento local- catalanes, por ejemplo. Añoran un pasado imaginario en el que en España no había ni inmigrantes, ni gais, ni catalanidad. Es en este sentido que hay que entender su sueño de "reconquistar" España. Esta construcción distópica convertida en futuro a 'recuperar' tiene una base franquista que no solo no disimulan sino que exhiben con orgullo.
PP, Cs y Vox se saben en el mismo barco
A pesar de las evidencias sobre Vox, PP y Ciudadanos no se plantean aislar a los ultras. De hecho, Casado y Rivera no ven a Abascal como un franquista peligroso y un enemigo de la democracia, sino más bien como alguien de la propia familia, como aquel primo que a veces alza demasiado la voz. Pese a los matices, los tres se saben en el mismo barco, compartiendo, en esencia, una misma ruta. Es por eso que escribir o decir que Casado es de "centroderecha" y Rivera un "liberal" es un insulto al rigor y a la inteligencia, además de, claro, a las nobles tradiciones democristiana y liberal. España ha pasado de no tener ningún partido de extrema derecha a tener tres. Un negocio desastroso para el futuro de todos.
En el caso de la catalanofobia, este virus infecta también a buena parte del PSOE de forma indisimulable. Así, la primera conclusión de Susana Díaz tras las elecciones andaluzas fue que se había equivocado al no cargar duramente contra independentistas y catalanes, lo que refleja crudamente cuál es el nivel de Díaz. Ella -que seguro que no ha leído nunca al también socialista Rafael Campalans, 'Política vol dir pedagogia'- no fue capaz de defender la diferencia entre unos demócratas, los independentistas, y los neofranquistas de Vox. Por el contrario, cuando acusaron al PSOE de gobernar en Madrid con los "golpistas", lo único que supo balbucear fue que ella hubiera aplicado el 155 antes que Rajoy.
La caída de Sánchez puede dar el gobierno a la derecha
La irrupción de Vox no ha dejado de relacionarse con la cuestión catalana. Es evidente que ha sido un factor que no solo ha aprovechado Vox, sino también el PP, y muy especialmente Ciudadanos, que hizo escarnio de los independentistas presos y mintió sobre el 'president' Torra. Pero no es admisible que se hable en términos de 'culpa', palabra que lleva adherida una carga moral, de reproche. ¿Qué debería hacer el independentismo, abandonar su causa para no despertar al monstruo?
Por su parte, la radicalización de la derecha española y la ambigüedad de amplios sectores socialistas interpela, guste o no, al independentismo catalán. El independentismo gobernante debe aceptar que no solo se puede, sino que hay que hacer política -buena política-, además de luchar a favor de los presos y los exiliados y del objetivo de un referéndum. No es contradictorio, sino complementario. Desafortunadamente, las polémicas en torno a los Mossos d'Esquadra y la ‘vía eslovena’ son ejemplos de lo que no se debe hacer.
Gobernar bien significa jugar con inteligencia las cartas de que uno dispone. En este ámbito, resulta evidente que el independentismo deberá elegir -con la cabeza- si contribuye a derribar a Sánchez o no. Existen motivos para las dos cosas, pero hay que considerar que la caída de Sánchez puede abrir la puerta a un futuro gobierno de la derecha -de la extrema derecha- española o, tal vez, del PSOE con Ciudadanos.
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