La lucha por la igualdad de género
Caperucitas desatadas
El ensayo 'Monstruas y centauras', de Marta Sanz, escruta con acierto los nuevos feminismos
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
De pequeña llevaba el pelo corto con flequillo, y también me daba mucha rabia que me confundieran con un chico. No sé si esa razón tuvo algo que ver pero, con el transcurso de los años, me he convertido igualmente, siguiendo los pasos de Marta Sanz, en “una mujer bajita que se cubre el pecho con los picos de la rebeca”. Me gusta la voz de la escritora madrileña, su grosor, su ironía descarnada, su sinceridad abierta en canal, como cuando escribe en 'Clavícula' (2017): “Tengo 48 años. No. En realidad, tengo 47. Hace dos años que no tengo la menstruación. Soy una mujer de éxito llena de tristeza. Temo que se mueran mis padres. Mi marido está en el paro. Trabajo sin cesar. No quiero quedarme sola”. ¿Por qué a las mujeres intentan llevarnos al huerto con eslóganes nocivos? Sé competitiva. Aprende a estar sola. No te signifiques. Si te quejas, si expresas tu malestar, te llamarán histérica.
Sanz, doctora en filología, lleva años reflexionando sobre la condición femenina, por llamarla de alguna forma, en la mencionada obra y en otras como 'Daniela Astor y la caja negra' (2015), 'Éramos mujeres jóvenes' (2016) o la antología de textos que compiló en 'Libro de la mujer fatal' (2009). Digamos que no se ha subido al carro en el último momento, y ahora ha vuelto a meter el dedo en la llaga de la desigualdad con 'Monstruas y centauras. Nuevos lenguajes del feminismo' (Anagrama, 2018), un ensayo certero e inteligente a pesar de haber sido escrito sin apenas perspectiva en el tiempo, mientras se solapaban los acontecimientos en los últimos meses: la multitudinaria manifestación y la huelga feminista del 8 de marzo, la campaña del #Me Too (Yo también) y la réplica de las intelectuales francesas, con Catherine Deneuve a la cabeza, contra las supuestas “paranoias antimasculinas” de las estadounidenses. Y, por supuesto, también el fallo sobre 'La Manada.
Patriarcado y neoliberalismo son dos conceptos machihembrados, indisolubles el uno del otro
Hace un rato, antes de sentarme a escribir estas líneas, escuchaba por la radio la confirmación, por parte del Tribunal Superior de Justicia de Navarra (TSJN), de la sentencia de nueve años de cárcel por abuso con prevalimiento, que no agresión sexual. O sea, la incauta Caperucita, acorralada por cinco fieras negras en un cuartucho, sometida a 11 accesos carnales por vía vaginal, anal y bucal, debió haberse resistido con la ferocidad de una pantera para que el delito fuese tipificado como violación.
Algunas cuestiones, como el horripilante episodio de Pamplona, o que la brecha salarial entre hombres y mujeres alcance el 37% a la altura de los 55 años, caen por el propio peso de su rotundidad en el saco del machismo sangrante, pero 'Monstruas y centauras' va mucho más allá de las evidencias. ¿Decir “miembras” o “portavozas” es un arma política, aparte de un engendro gramatical? ¿Qué esconde el “empoderamiento”, esa palabra tan de moda? O bien, ¿es lícito hablar de feminismo con los labios rojos de carmín y un escote hasta el ombligo? Pues sí, todas las variantes son válidas si apuntan en la misma dirección. La ceremonia de los Oscar, con sus lentejuelas y siliconas, puede ser una plataforma estupenda para visibilizar el discurso y que vaya calando en la sociedad.
La disección de Marta Sanz es brillante porque, con la ceja levantada, se instala en la duda, en la desconfianza ante los monolitismos. Y entre los interrogantes que se plantea estallan como fogonazos de luz algunas certezas. La primera: cuidado, que el capitalismo tiende a fagocitar cuanto roza y puede acabar liofilizando el discurso al convertirlo en mercancía. Algo de eso ocurrió con Chimamanda Ngozi Adichie, el título de cuyo ensayo 'We should all be feminists' (Todos deberíamos ser feministas) acabó impreso en camisetas de Dior a 550 pavos la pieza.
Para la autora —para quien esto escribe, también—, patriarcado y neoliberalismo son dos conceptos machihembrados, indisolubles el uno del otro, y sin una transformación radical de los sistemas de producción parece harto difícil que vayan a demolerse las desigualdades de género. En esa lucha, en esa transformación global, necesitamos a los hombres al lado y no en la trinchera de enfrente. Campañas como 'Denuncia a tu cerdo' pueden convertirse “en los mismos aquelarres de los que fuimos víctimas”. Ese es el feminismo que quiero abrazar, con todas sus contradicciones.
Alcanzo las últimas líneas del artículo. Sobre la mesa, varios libros desperdigados de Marta Sanz. Cojo uno al azar, el primero que leí, la estupenda novela 'La lección de anatomía' (2008), y, como por arte de magia, aparece un viejo punto de libro, un marcapáginas con una frase impresa: “El deseo vence el miedo”. Un buen salvoconducto para transitar el camino que todavía queda por recorrer.
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