LARGO PLAZO

El sueño de ser mileurista

España necesita un plan de choque contra la precariedad en el empleo juvenil, pero lo que necesita sobre todo es que se cumpla y que no se convierta en un cartel de campaña electoral

Alto desempleo 8 Cola de parados en una oficina del Servei d'Ocupació de Catalunya (SOC) en Terrassa.

Alto desempleo 8 Cola de parados en una oficina del Servei d'Ocupació de Catalunya (SOC) en Terrassa.

Olga Grau

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El efecto más pernicioso de la larga crisis económica vivida en España ha sido la normalización de la precariedad en el mercado laboral. Tras una década de recortes y ajustes, los contratos temporales, los bajos salarios y la necesidad de compaginar dos o más empleos para llegar a final de mes se han convertido en algo tan cotidiano que se asume con una normalidad escalofriante. Los jóvenes son uno de los colectivos más afectados por esta nueva realidad, principalmente porque no han vivido otro contexto referencial que no sea el de la crisis. Sorprende no ver manifestaciones de jóvenes protestando por no encontrar empleos dignos, mientras los pensionistas salen todas las semanas a reivindicar sus derechos.

La normalización del precariado ha llevado a los jóvenes a asumir que la tasa de paro de la población de 20 a 24 años sea del 35% o que el año pasado un joven necesitara firmar una media de 5,2 contratos temporales para poder trabajar durante todo el año. El reciente informe de CCOO #GeneraciónMóvil: una radiografía de la juventud y 10 ejes de trabajo denuncia algo impensable hace una década. Y es que ahora muchos jóvenes anhelan ser mileuristas. Este concepto, antes denostado, se ha convertido en un chollo para jóvenes que no logran pasar de los 400 o los 500 euros al mes porque solo logran empleos a media jornada o por horas.

La normalización de esta situación conlleva efectos sociales que van más allá de la palpable injusticia. El primero es la baja tasa de emancipación debido al escaso desarrollo del alquiler y la insuficiencia de las políticas públicas de vivienda destinadas a los jóvenes. Otro efecto negativo es que los jóvenes no pueden planificar su vida a medio y largo plazo, posponen la edad de tener hijos y, además, cuentan con cotizaciones muy bajas a la Seguridad Social en un contexto en el que se contempla cada vez más un mayor periodo de vida laboral para contabilizar la pensión.

El Gobierno socialista acaba de lanzar un proyecto de empleo juvenil que contempla un paquete de medidas para mejorar la situación laboral de los jóvenes. La iniciativa debe ser aplaudida porque dirige los esfuerzos a un problema grave que no ha estado en la agenda del PP de Mariano Rajoy.

Pero un plan de choque no es suficiente para cambiar una situación endémica si no se atacan los vicios del sistema que se repiten desde hace décadas. Uno de los más enquistados es la poca costumbre que hay en España de exigir que se rindan cuentas de los resultados obtenidos con la inversión del dinero público, algo habitual en las políticas activas de empleo. Otro mal endémico de España es asumir que las leyes existen, pero no se persigue a aquellos que las incumplen sistemáticamente abusando de figuras contractuales como los autónomos, la media jornada laboral o el contrato temporal. España no se puede permitir que se enquiste la precariedad en las generaciones que son el futuro de la sociedad. Y para ello hace falta un plan de choque sí, pero que de una vez se cumpla. Y que no sea un programa electoral.