PECCATA MINUTA
Caputxinada 'low cost'
Una huelga de hambre no admite banalizaciones postureras como pasar el 6-D en una iglesia antes de irse de medio puente
A los catalanes nos va el clero, y, al mismo tiempo que a muchos indigna la mera hipótesis de que Franco sea reenterrado en la madrileña Almudena, a la primera de cambio nos apresuramos a sacar partido de nuestros templos: ya sea para descapitalizar a los japoneses en la Sagrada Família (¡hasta 29 euros per cápita!), ya para convertir Santa Maria del Mar -“La catedral del mar”- en superventas literario y cinematográfico, ya para cobijarnos en ellos cuando algo clama al cielo.
Entre el 9 y el 11 de marzo de 1966, Barcelona vivió uno de los episodios más significativos de su todavía incipiente lucha antifranquista: la organización del Sindicat Democràtic de la Universitat de Barcelona (SDEUB), que culminaría con el encierro de unas 500 personas -la mayor parte estudiantes, pero también profesores e intelectuales como Joan Oliver, Salvador Espriu, Antoni Tàpies… en el convento de los monjes capuchinos de Sarrià. Luego, mucha, mucha policía.
Desempolvar una escena del pasado
Me parece plausible que, en plena dictadura y vigente concordato Iglesia-Estado, tras la ocupación de un santo lugar se acabe con los huesos en la cárcel; pero me cuesta entender que en una democracia laica se recorra el camino a la inversa si no es para reclamar la mediación del Más Allá. No, no me cabe en la cabeza que, para abominar de una tal vez obsoleta Constitución redactada hace 40 años -causa principal, al parecer, del encarcelamiento y posterior huelga de hambre de los políticos independentistas- PDECat, CUP y ERC desempolven una litúrgica estampita amarillenta de hace más de medio siglo. ¿Volver a empezar? ¿Por qué, ya puestos, no irnos una vez más hasta 1714? (Al año siguiente de la Caputxinada se creó la Assemblea de Catalunya, un milagro de síntesis: reunir al país, no dividirlo.)
Una huelga de hambre es una cosa perfectamente seria que, por más que los guionistas del 'post-procés' necesiten alimentarse de ella, no admite banalizaciones postureras como pasar el soleado y enemigo 6-D en una iglesia de uno de los barrios más exclusivos de Barcelona practicando el católico ayuno (y, supongo, abstinencia) para acabar la jornada con una fiesta de pijamas carceleros antes de irse de medio puente.
Ya en 1970, 287 personas vinculadas a diversos sectores intelectuales y artísticos de Catalunya -Joan Miró, Joan Manuel Serrat y Gabriel García Márquez entre ellos- decidieron también enclaustrarse en el monasterio de Montserrat como protesta contra las penas de muerte que el franquismo había impuesto a seis miembros de ETA. La enorme repercusión de este acto fuera de nuestras fronteras forzó a que, en su mensaje de Fin de Año, el caudillo conmutase la sentencia a los condenados. A ver qué dirá el Rey por Navidad...
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