Dos miradas

Tomar partido

Son demasiados los que están instalados en su trinchera, siempre dispuestos al ataque, siempre con sus consignas, tan cambiantes, tan coreadas al unísono, tan insultantes para el adversario

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Emma Riverola

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¿Cuánto nos queda por perder? El pacto de la Constitución, esa que se nos ha cubierto de polvo por no ventilarla, fue posible porque quienes lo suscribieron, tan distintos, tan enfrentados, tenían claro que muchos habían perdido demasiado y querían ganar un país para todos. Con imperfecciones, con muchos deberes por hacer, pero, al menos, un país para todos. Había voluntad de pacto. Y eso pasó por encima de todo.

Hoy, esa voluntad no es mayoritaria. Son demasiados los que están instalados en su trinchera. Siempre dispuestos al ataque, siempre con sus consignas, tan cambiantes, tan coreadas al unísono, tan insultantes para el adversario. Incluso, tan insultantes para la inteligencia. Nunca ni un paso atrás. Se vive bien en el sectarismo. Todo es fácil: los míos son los buenos, los únicos buenos. ¿Quieres la independencia, solo la independencia y no te importa que la mitad de Catalunya no te acompañe? ¿Consideras enemigos a todos los que no quieren la unidad de España y niegas el derecho a sentirse catalán, vasco o gallego? Exactamente, ¿qué proponen unos u otros? ¿Forzar una ruptura o imponer una uniformización? Solo hay pérdida en la unilateralidad. Una pérdida sangrante, corrosiva para la convivencia. Aun así, siguen, con sus orejeras de intransigencia. Los puntos de unión no interesan. El famoso desprecio al equidistante. Tomar partido también es negarse a jugar en un campo de minas. Ahí, solo hay pérdida.