Análisis

¿Realmente la tecnología deteriora el trabajo?

A menudo, las amenazas al empleo no son más que un argumento de una batalla ideológica que va ganando una de las partes

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Jordi Alberich

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Desde hace un tiempo, se asegura que la revolución tecnológica conduce, de manera inevitable, a una gran fractura del mercado laboral. Así, no solo se destruirá mucho empleo sino que, además, se incrementarán las desigualdades entre los ocupados. El dominio de la tecnología será el elemento diferencial en las condiciones de unos u otros empleados.

Esta revolución ya la venimos viviendo de la mano de empresas como Amazon Uber, que han venido a transformar el mundo del comercio y del transporte. Menciono estas compañías porque recientemente una conversación y una noticia, me han hecho pensar sobre hasta qué punto es realmente cierto que la tecnología conduce inexorablemente a esta mayor fractura.

Por una parte, un taxista madrileño, amable y sosegado, hablando de los VTC (vehículos de transporte con conductor) me comentaba: "cerca de la jubilación, lo que me parece más lamentable es que un conductor de Uber no podrá facilitar estudios universitarios a sus hijos, cosa que yo he podido hacer gracias a disponer de mi propia licencia de taxi.

La concentración de VTC en algunas manos, y la ausencia de tarifas reguladas, les lleva a trabajar por salarios de mera supervivencia. Por otra, a raíz de los problemas que le ha generado la entrada en vigor de Madrid Central y sus limitaciones al uso del automóvil, se ha hablado de Amazon Flex, un sistema de distribución en que particulares, con vehículo y combustible a su cargo, hacen de repartidores a cambio de 28 euros por dos horas.

Sin duda, tanto las VTC como Amazon se basan en una extraordinaria innovación tecnológica, que ha aportado comodidad al usuario. Pero esta tecnología no elimina a la fuerza laboral, pues el desarrollo de su función requiere, inevitablemente, de trabajadores. Por ello, el deterioro en las condiciones laborales de repartidores y conductores no se justifica por la mera transformación tecnológica.

Acerca del sector del taxi, la competencia de los VTC constituye una amenaza a la clase media. El sector seguramente requiere de una mejor regulación y una mayor exigencia, pero no puede renunciar a la personalidad de servicio público, aquella que obliga al profesional del taxi, pero también le garantiza unas condiciones laborales.

Y acerca de los repartidores, no aporta nada a la sociedad el poder trabajar dos horas en las condiciones que se ofrecen. No se puede renunciar a que un repartidor sea empleado estable de la empresa para la que trabaja, con un salario mínimamente digno. Aunque ello represente un coste algo superior al usuario, pues si el único criterio es la disminución de costes, el deterioro social y político está garantizado.

Lo que fractura el trabajo, en los casos que nos ocupan, no es la tecnología. A menudo, esta no es más que un argumento en esa batalla ideológica que se viene librando en el mundo occidental y que, lejos del necesario equilibrio, va ganando claramente una de las partes. Al mismo ritmo, por cierto, con que también van ganando terreno los VOX de turno.