El debate tras los comicios andaluces

Andalucía lleva a Catalunya al límite

El independentismo acudirá a las próximas municipales y europeas con el mantra de la unidad antifascista, pero las diferencias subsisten

ilustracion  de leonard  beard

ilustracion de leonard beard / periodico

Andreu Claret

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Mucho se ha escrito sobre el impacto que el 'procés' ha tenido sobre las elecciones andaluzas, y menos sobre la influencia que el terremoto electoral andaluz tendrá sobre las estrategias que conviven en el independentismo catalán. Por el momento, sus líderes niegan cambios y hasta hace unas horas habían rechazado cualquier modificación de su posición contraria a aprobar los Presupuestos de Pedro SánchezPedro Sánchez. Nada hay que cambiar porque de nada hay que arrepentirse, claman los portavoces de los partidos 'indepes' y las redes, en una unanimidad forzada, que no alcanza a esconder el pasmo por lo ocurrido. Unidad es la palabra que exhiben frente a la amenaza de una gran coalición de las derechas españolas. Unidad entre el PDECat, Esquerra Republicana e incluso la CUP. Y entre Lledoners y Waterloo, avivada por la irrupción de Vox y armada en torno al impredecible desafío que supone la huelga de hambre de algunos presos. "Catalunya será la tumba del fascismo", ha soltado Gabriel Rufián, mentando los años 30, mientras las bases del movimiento y los comunes se preparan para hacer de Barcelona el gran escaparate de la respuesta europea a las maniobras de Steve Bannon que asocian con razón al auge de Vox.

Puigdemont ha leído el resultado en las elecciones andaluzas como la oportunidad de presentarse como adalid de la movilización contra la derecha 'trumpista'

Artesano aventajado del regate corto, Carles Puigdemont ha leído Andalucía como una oportunidad. La de presentarse como el adalid de la movilización estatal y europea contra la derecha 'trumpista'. Poco importa que quienes le cortejan en Flandes sean más bien del palo ultra. No hablamos de estrategia sino de supervivencia. Y en la supervivencia, todo vale. Ahora toca la unidad antifascista, que será el mantra con el que el independentismo acudirá a las próximas municipales y europeas. El movimiento puede dar réditos inmediatos, porque responde al desasosiego que ha provocado la posibilidad de que José María Aznar resucite la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). Otra vez los años 30. Sin embargo, no me extrañaría que Oriol Junqueras se preguntara, desde su celda, si esta unidad, tal como la conciben Quim Torra y Carles Puigdemont, contribuirá a ensanchar la base del independentismo. O si, por el contrario, lo encerrará en la lógica perversa que persiguen Pablo Casado y Santiago Abascal, aquella que busca la confrontación a sabiendas de que, a las malas, el Estado siempre tiene las de ganar.

Si entiendo bien el modo de pensar del líder de ERC, es probable que la respuesta a las elecciones andaluzas vuelva a distanciarle de Puigdemont. Si no hoy, porque no toca, con la carga emocional que arrastra la coyuntura, mañana. Con la huelga de hambre, no es el momento de mostrar fisuras, pero basta con seguir el debate sobre Andalucía en las redes sociales para comprobar que las diferencias subsisten. Entre quienes apuestan por el cuanto peor mejor, y quienes piensan que el independentismo tocó techo en una política de confrontación y que le conviene huir de los atajos como de la peste.

La história dramática de los años 30

El debate ni es nuevo, ni es exclusivo de Catalunya. Es parte de la historia dramática de los años 30 que tanto recuerda todo lo que sucede estos días. Ya entonces se plantearon distintas estrategias sobre cómo hacer frente a la derecha cuando esta muestra su lado más descarnado. Como ahora, hubo quien miró para otro lado, contribuyendo a blanquear el riesgo que se cernía sobre el continente. La izquierda comunista plantó cara al ascenso del fascismo, pero a menudo con más sacrificio que acierto, sin agrupar las grandes mayorías que la tarea requería. De aquel fracaso colectivo que condujo de la guerra de España a la segunda guerra mundial quedaron algunas enseñanzas que Antonio Gramsci ya había advertido desde la cárcel. De nada sirve levantar barricadas con los más decididos si no es tejiendo los frentes más amplios. Una tarea que suele ser incompatible con la defensa del programa máximo. En aquel caso, el socialismo. Hoy la independencia.

Prisionero de su propio relato y de las angustias colectivas que provoca la huelga de hambre, el independentismo no parece estar en condiciones de rehacer su estrategia. Algunos de sus más conspicuos voceros, como Bernat Dedéu, siguen advirtiendo que Andalucía es una trampa destinada a aprobar los Presupuestos de Sánchez. No se si lo sigue pensando después de escuchar la fórmula de Abascal para resolver 'manu militari' el problema catalán. Otros, como Pilar Rahola, sostienen que tras el descalabro andaluz, la independencia de Catalunya "es cuestión de supervivencia". Ocurrencias. Todo menos ideas políticas destinadas a buscar aliados. Para evitar que el disgusto andaluz se transforme en una pesadilla española que lleve Catalunya al límite.