Luchar contra el olvido

El reloj muerto

Grabé unos vídeos que hoy son la única memoria de un viejo reloj de campanario por la misma razón que escribo: para retener lo que se desvanece, para luchar contra el olvido

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Care Santos

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A principios de año visité Fuente del Maestre, una ciudad de Badajoz de casi 7.000 habitantes. Paseé hasta la plaza del Ayuntamiento acompañada por un amigo bibliotecario, Juan Carlos. El altivo campanario de la parroquia nos observaba. Pregunté si se podía subir. Me dijeron que el único que subía era el encargado de dar cuerda al reloj, que llevaba 120 años marcando la hora de los fontaneses. En estas apareció como por ensalmo el alcalde, Juan Antonio, y me concedió el capricho. Mandó por la llave de la torre. Fue así como logré trepar por una de las escaleras más empinadas de mi vida.

Lo que ocurrió arriba fue fabuloso. Observé las vistas, sentí el helor del día, observé la campana y admiré el reloj, una maravilla de finales del siglo XVIII grande como una mesa camilla, y su ritmo grave de segundos. Me contaron que atrasaba dos minutos cada día. Me pareció nada para un artilugio que no había parado en siglo y cuarto. Aún estaba allí cuando se hicieron las doce y el reloj enloqueció en una danza de ritmos y prisas. Boquiabierta, hice lo único que se me ocurrió: grabar un vídeo. Dos, en realidad. Uno del ritmo lento anterior al baile. Otro del toque de mediodía. Nunca había visto nada parecido. Fue el mejor regalo que me llevé de tierras extremeñas.

Hace apenas unos días me escribió el bibliotecario Juan Carlos para decirme que el reloj que yo admiré había muerto. Me habló de engranajes, mecánica, piezas perdidas y relojeros desbordados. Yo solo podía pensar en la magia de aquel día de invierno en las alturas. Me comunicó que los vídeos que yo grabé eran la única memoria audiovisual de los 120 años de historia del reloj. Me pidió si podía enviárselos, para incorporarlos al museo donde, a partir de ahora, descansará el viejo artefacto, ya mudo para siempre. Sentí tristeza por el reloj muerto al decirle que era un honor.

Sé que grabé esos vídeos por la misma razón que escribo: para retener lo que se desvanece, para luchar contra el olvido. Nunca como en este caso lo había conseguido tanto.