ANÁLISIS

Las vísceras como arma política

El 'procés', al exacerbar y explotar los sentimientos, ha alimentado a su némesis, el 'A por ellos' de Vox. La disyuntiva del independentismo es clara: apuntalar a Sánchez o el 'cuanto peor mejor'

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ENRIC HERNÀNDEZ

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Antes de los porrazos y las prisiones preventivas, el independentismo forjó su épico relato sobre la caricatura infame de una España alérgica a la democracia. "Apelamos a todos los demócratas de Europa y del mundo a apoyarnos y (...) a hacer frente a los abusos de un Estado autoritario", clamaban las entidades soberanistas por boca de Pep Guardiola. El referéndum, como apoteosis de la lucha del pueblo catalán contra la opresión de una España posfranquista. La extrema derecha, ahora sí, ha irrumpido con fuerza en el Parlamento andaluz. Profecía autocumplida. 

Con 12 diputados y 400.000 votos, Vox galvaniza temores y descontentos sociales de diversa índoleVox . El hartazgo con la partitocracia, encarnada por un PSOE andaluz anclado en el clientelismoPSOE . El repudio hacia la alianza de izquierdas y nacionalistas que desalojó a la derecha de la Moncloa. El desvergonzamiento de los nostálgicos ante la anunciada exhumación del dictador. El miedo a la inmigración, demográficamente injustificado. La ira de machistas y homófobos ante la revolución feminista del 8-M y el reconocimiento de derechos al colectivo LGTBI. Y, ante todo, la articulación de un nacionalismo español desacomplejado y vengativo, respuesta simétrica a la ofensiva rupturista del independentismo catalán.

Porque, como reseñó Pablo Iglesias, al "despertar del fantasma del fascismo" ha contribuido de modo decisivo un proceso soberanista que, bajo la propangandística bandera de la democracia, hunde sus raíces en la misma tradición populista en la que germina Vox. Dos caras de la misma moneda. La que ofrece soluciones sencillas a problemas complejos. La que antepone los derechos del colectivo a los del individuo, negando al Otro la condición de sujeto de derecho. La que legitima sus tesis por medio de la confrontación y no del concierto. La que exarcerba y explota los sentimientos como arma electoralista, proscribiendo los argumentos del debate público.

Son las emociones, y no las razones, las que ahorman y cohesionan el corpus social del independentismo. La exaltación de la diferencia. Una complacencia con lo propio y severidad con lo ajeno rayanas en la superioridad moral. Una victimización colectiva cincelada por fabulaciones históricas y eslóganes como el Espanya ens roba, manto que ya no alcanza a encubrir los contumaces recortes sociales de la Generalitat. El chantaje emocional a los catalanes reacios a la secesión, a quienes el Govern negó la condición de demócratas si no votaban en el 1-O. La violencia policial convertida en bucle televisivo. Y los encarcelamientos, y el socorrid "exilio", hasta llegar a las recientes huelgas de hambre. Vísceras y más vísceras a fin de conquistar y conservar el poder.

Alimentar por intereses espurios el sentimiento de agravio de los propios comporta el riesgo de herir sensibilidades ajenas. Así lo evidenciaron, en Catalunya, las masivas manifestaciones independentistas de octubre del 2017 y la victoria electoral de Ciutadans. Y en el resto de España, la emergencia del A por ellos como enseña política capaz de aglutinar otros malestares difusos. La empuñó Vox para agitar a la extrema derecha durmiente, y la histérica reacción del PP y Ciudadanos, tratando de disputársela, la ha homologado, abriéndole las puertas del Parlamento andaluz.  

LA LECHE DERRAMADA

Repondrán los portavoces independentistas, y en parte con razón, que fue la cerrazón de Mariano Rajoy la que impidió explorar una salida negociada al conflicto catalán, abocándolos al precipicio de la unilateralidad. Bien es cierto que el negacionismo del PP solo sirvió para enquistar el problema, como lo es que el independentismo minó la senda de la negociación al plantear como única salida un referéndum de autodeterminación que en España carece de apoyos parlamentarios y encaje constitucional. Objetarán también que encarcelar sin juicio a los líderes independentistas se asemeja más a revancha que a justicia. No faltarán quienes lo compartan, pero nada aporta llorar sobre la leche derramada. Urge corregir el rumbo.

Los jerarcas del 'procés' pueden persistir en el desafío, estéril para lograr sus objetivos pero muy fecundo para la ultraderecha española, y apostar por el cuanto peor mejor, esperando en balde que el empoderamiento del fascismo en España suscite una reacción europea. O pueden aparcar los discursos viscerales y abrazar el pragmatismo, apuntalando como dique de contención al Gobierno de Pedro Sánchez Pedro Sánchez para explorar una solución dialogada que evite males mayores. Suya es la decisión.