Dos partidos en uno

Es difícil que una actuación discreta de Messi coincida con un partido notable del Barça

Messi se va de un rival, ante el Villarreal.

Messi se va de un rival, ante el Villarreal. / periodico

Jordi Puntí

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Cuando veo jugar al Barça, me he acostumbrado a ver en realidad dos partidos distintos a la vez: el que desarrolla todo el equipo y el que juega solo Messi. Mientras el balón pasa por otras zonas del campo, mi mente está entrenada para seguir de reojo al jugador argentino. A menudo los dos juegos confluyen y un gran partido del Barça es, de hecho, y sobre todo, un gran partido de Messi. Último gran ejemplo: la victoria ante el Tottenham en Londres, en la Champions. En cambio, es más difícil que una actuación discreta de Messi coincida con un partido notable del conjunto blaugrana. Llevamos tantos años viéndole ganar, y siguiendo como evoluciona su juego, que no debería ser difícil detectar en qué momentos se agranda la distancia entre Messi y el equipo.

Así, el partido de este domingo y el del pasado miércoles ante el PSV, pese a las victorias, no nos mostraron una gran simbiosis entre el argentino y el grupo. Es cierto que en ambos encuentros Messi dejó su sello: el gol de prestidigitador que se sacó de la nada ante los holandeses, y la asistencia al espacio para que Aleñá sentenciara al Villarreal. Sin embargo, las bajas por lesión le dejaron al borde del soliloquio, cuando el césped se convierte en el salón de los pasos perdidos.

Por un lado estaba la ausencia de Luis Suárez, su mejor socio, ahora mismo insustituible por su finalización, compromiso y facilidad para crear espacios. Por el otro faltaba el origen, Arthur, la calma y la paciencia necesarias para que el equipo y Messi se junten desde la salida del balón hasta la llegada a la portería.

Dembélé y Coutinho

Si de algo deberían servir estos dos encuentros, pues, es para pulir más el encaje de algunos jugadores con el juego que pasa por Messi. Esta vez Dembélé cuajó una muy buena primera parte, de las mejores que le hemos visto, pero a veces sigue sin entender que todo mejoraría si combinara más y mejor con Messi. ¿Es algo que el joven francés pueda aprender? Está por ver. Quizá el hueco generacional ya es demasiado grande; quizá es una sabiduría que solo llega con la edad y la experiencia. 

Otro caso es el de Coutinho, que tampoco acaba de conectar con Messi por su posición: sus combinaciones como centrocampista son escasas, igual que su juego de extremo que abre el campo, y lo que es peor: esa indefinición dificulta los avances de Alba hasta la línea de fondo, con esos centros que tan  a menudo encuentran a Messi. Además de que Coutinho quiere marcar siempre el mismo gol (ya saben cuál, ese tan bonito).

Paulinho era el MacGuffin

Aparte de las lesiones, de la presencia discreta del fútbol base o de unos fichajes algo caprichosos, la responsabilidad -para bien y para mal- de esta falta de conexión debe recaer en el cuerpo técnico. El año pasado Valverde sacó petróleo de un jugador como Paulinho, que no destacaba en casi nada, excepto en que sabía conectar con Messi. Su presencia, ahora casi olvidado, fue una especie de versión futbolística del MacGuffin  en el cine de Hitchcock: hacía avanzar la trama, pero en realidad no tenía mucha relevancia en ella.

Me atrevo a pensar que este año el MacGuffin tenía que ser Arturo Vidal, pero el aficionado (y Messi) le piden al entrenador otro tipo de película. Menos suspense y más arte y ensayo. Valverde tiene suficiente experiencia para ir corrigiendo el guion de la temporada (ayer cumplió 400 partidos como entrenador en la Liga española). Aunque quizá en algún momento, al principio, alguien debería haberle advertido de que, además de entrenar al Barça, venía sobre todo a entrenar para Messi.

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