Al contrataque

El Rey emérito

El pasado es el que es y lo que se hizo ahí está, pero es lamentable que Juan Carlos I haya sido la primera personalidad occidental en verse con Bin Salmán

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Antonio Franco

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Me apetece poquísimo escribir sobre Juan Carlos I, pero atiendo a cierta necesidad moral de hacerlo pese a la incomodidad que me produce. Creo anticuadas las monarquías; la de España soy partidario de suprimirla constitucionalmente en cuanto lo reclame mayoritariamente la voluntad popular. Pero nunca podré olvidar que el sucesor de Franco fue más realista -en el mejor sentido de la palabra-, hábil y práctico que la mayoría de nuestros políticos en el momento decisivo de la recuperación de las libertades.  

Por razones profesionales le he tratado personalmente y he conocido directamente su dimensión llamativa y un tanto desconcertante de rey campechano y moderno. Desconozco de todas maneras lo que considero más importante: si se siente esencialmente superior a los demás ciudadanos por razones de nacimiento o si estima simplemente que ha tenido una profesión especial.  En relación al 23-F, su otro hito histórico, ignoro lo que hizo o dijo mientras se gestaba, pero valoro positivamente cómo cumplió con sus obligaciones. En cambio, pienso que como personalidad pública casi siempre ha administrado mal tanto su conducta privada como su imagen. No me parece mojigatería decir que el empleo de jefe del Estado obliga a comportamientos muy estrictos tanto en relación al dinero y los negocios como en el respeto ejemplar a su propio entorno familiar. Juan Carlos no los ha tenido.

Admiro la gallardía de haberse atrevido a pedir perdón tras un grave error, pero ha reincidido haciéndonos colectivamente mucho daño. Existía morbo por ver qué personalidad occidental cometería la debilidad de ser la primera en verse con el heredero saudí Mohamed bin Salmán la primera en verse con el heredero saudí Mohamed bin Salmándentro de los esfuerzos de este por blanquear su figura y fingir un 'aquí no ha pasado nada' cuando es el hombre más desprestigiado del mundo porque encarna el abuso de poder, la violencia y la venganza. Prácticamente nadie duda de su responsabilidad personal en el salvaje crimen premeditado de un periodista que únicamente defendía la libertad de expresiónsalvaje crimen premeditado de un periodista. Pues bien, la bola negra de ese sorteo le ha tocado a España. Con su intercambio de sonrisas en Abu Dabi, Juan Carlos ha confraternizado con lo peor de las monarquías: un rey absolutista con tanto dinero y poder que se cree con derecho a asesinar con impunidad.

Es una cuestión trascendente que va más allá de las cacerías improcedentes o las comisiones indebidas en negocios. Se mezclan varias cuestiones. La primera, una falta de criterio propio no justificable por la edad cuando todavía se dispone de compostura mental. La segunda, un intento de engaño colectivo a los españoles cuando se les dice que es vida privada lo que hace públicamente quien desempeña el título de Rey emérito de una democracia. La tercera, una dramática incapacidad de la Casa del Rey para defender a Juan Carlos de sí mismo. El pasado es el que es, lo que se hizo ahí está, pero este presente es lamentable.