ideas
Era la educación, claro
Domingo Ródenas de Moya
Domingo Ródenas de Moya
Qué mal lo tienen los educadores para convencer a los futuros ciudadanos de que la bronca, el exabrupto o el eslogan no son mejores instrumentos para la vida social que el diálogo, la tolerancia o la argumentación solvente. La deplorable exhibición de los políticos desalienta y abochorna. En ellos pueden escudarse los chavales que creen que el mundo es como un partido del River y el Boca, o como un plató donde se sale a triunfar (sea lo que sea) sin que eso tenga nada que ver con la inteligencia crítica, el discernimiento, la precisión expresiva o la aptitud para el acuerdo razonado. La hosquedad, el pensamiento monocorde y el infantilismo de ciertos políticos se resuelven en pirotecnia e histrionismo, pero configuran la pantalla donde se refleja el descrédito de la educación. Alguien debería alarmarse ante estos síntomas.
Hubo un tiempo en este país en que varias generaciones creyeron en la educación como única vía de transformación social
Fue a comienzos del siglo pasado gracias al empeño de unos idealistas, los creadores de la Institución Libre de Enseñanza, que tuvieron fe en la mejora a través de la cultura. Creyeron en el heroísmo discreto de instruir en la razón y la integridad. Creyeron que había que inculcar el afán de rigor y el descontento hacia uno mismo porque solo esos principios, en la ciencia, en el arte o en la vida diaria, protegían contra la negligencia y el envilecimiento. El ideal pedagógico de su inspirador, Francisco Giner de los Ríos, lo expresó su más directo discípulo, Manuel B. Cossío: considerar un deber el hacer de la propia vida una obra de arte. ¿Dónde ha quedado la sabiduría austera, la elegancia civil, el sentido de la ejemplaridad ética de aquellos educadores?
Esa herencia ilustrada impregna el monumental 'Epistolario' de Alberto Jiménez Fraud, que publica la Residencia de Estudiantes que él dirigió hasta el golpe de Estado del 36. Las cartas abruman y entristecen al levantar la vista y recaer en lo que nos rodea. En 1910, a los días de su fundación, Josep Pijoan saludaba la Residencia en 'La Veu de Catalunya' como un luminoso experimento: no habrá renovación del país -decía- sin un personal formado poco a poco, aireado en Europa, y vacunado contra la resignación ante las cosas como están. Qué tiempos.
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