Análisis

La igualdad de género en la economía

Las ministras Montero, Celáa y Calviño.

Las ministras Montero, Celáa y Calviño. / periodico

Guillem López i Casasnovas

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Escribía el gran John Stuart Mill sobre la subyugación de las mujeres a mitad del siglo XIX: "Podemos afirmar con seguridad que el conocimiento que los hombres pueden adquirir de las mujeres, de cómo han sido y de cómo son, sin tener en cuenta cómo podrían ser, es desgraciadamente imperfecto y superficial, y siempre lo será, hasta que las mujeres mismas cuenten todo lo que tienen que contar ". Hoy no hay reunión en la que yo participe o institución a la que pertenezca que no se interrogue por lo mismo: el equilibrio de géneros en la representación del órgano en cuestión. Ya sea de ponentes en un programa académico, un tribunal de tesis, un patronato, un consejo de administración ... Bienvenido el cambio. De entrada, el esfuerzo compensatorio limpia conciencias; de salida, el modus en que nos cruzamos las miradas pone aún en evidencia el desequilibrio existente.

Ya era hora que preocupación y ocupación se dieran la mano. Son tantos años en que el gap se ha creado en el mundo económico, que el hecho de que la vergüenza intranquilice está muy bien. Pero, como todo en esta vida, favorecer el reequilibrio requiere actuar con cuidado. No estamos ante un problema 'de' las mujeres, sino que sufren determinadas (la mayoría de) mujeres. Tiene que ver en buena parte con el acondicionamiento social y no sólo con el genotipo. El color de la piel, la falta de formación son también agravantes que se acumulan en este caso. "¿Dónde están las mujeres como yo?" se interrogaba hace poco en este mismo diario Susan Kalunge, de SOS racismo. Forzar cuotas de representación de manera poco pensada puede incrementar y no reducir la desigualdad, profundizando los sesgos de selección.

Las razones para ir con cuidado son diversas. Primero, está claro que no se hace ningún favor al propósito si en la designación se hace explícito el argumento del equilibrio entre géneros por encima del de la valía. Segundo, y en el otro extremo, si al hecho anterior se añaden requerimientos para los nombramientos que vienen marcados de manera distintiva por los condicionantes socioeconómicos que las mujeres sufren, se cierra mucho el círculo de las candidatas elegibles. El resultado acaba siendo socialmente regresivo. Llueve sobre mojado. Ciertamente, toda discriminación positiva contiene elementos de compensación justa, pero sería óptimo que no supusiera una profundización en el sesgo de selección dentro de este colectivo, por el bien del equilibrio 'entre' colectivos. Alguien puede pensar que la causa igualmente lo justifica, pero el efecto no puede ser menospreciado. En otro caso, unos reclaman y otros 'hacen caja'.

La cuestión de base radica en los propios valores imperantes en la economía y la inercia con la que estos se replican en el tiempo. Para rehacer la situación, a la representación política democrática las mujeres pueden ganar la partida ellas solitas: tienen posibilidad de mostrar valía por sí mismas y acceder al poder. No así en el ámbito económico en el que tienen que pasar por la elección de órganos de gobierno y consejos de administración dominados por el statu quo. En realidad, lo que hace falta es cambiar es el criterio general de elección de los liderazgos, huyendo del 'buenismo' de género.

En definitiva, la sociedad tiene que estar preparada para exigir primero y aplicar después nuevos valores en la gobernanza económica si la discriminación positiva en favor de las mujeres debe ser efectiva.