La división del independentismo

Clausewitz y el 'procés'

La España de hoy no dispone de margen de soberanía para incrementar la represión hasta niveles disuasorios

ilustracion  de maria  titos

ilustracion de maria titos / periodico

Xavier Bru de Sala

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"Dar un salto corto es más sencillo que dar uno largo, pero nadie que pretenda cruzar un foso ancho empezaría por saltar hasta el centro". La frase es del mayor teórico de la guerra, Carl von Clausewitz.

En octubre del 2017, el independentismo dio un salto, sí, pero al no haber calculado bien la distancia hasta el otro lado se quedó en medio. No fue un farol porque las cartas no eran malas. Fue un salto que perdió buena parte de la energía acumulada por la indecisión y las dudas. Detenerse a contemplar el panorama en el momento de la verdad conlleva una notable disminución del impulso. Consecuencia: en medio del foso.

Se ha impuesto la opción del retroceso

Al observar que el interior del foso no es el terreno más propicio desde donde dar el segundo salto para cubrir la otra mitad del trayecto, el independentismo se ha dividido entre los que piensan que más vale volver a pisar tierra firme, parapetarse y prepararse para dar un salto más largo, y los que piensan que se puede atravesar el foso con el agua hasta la cintura, o aunque sea hasta el cuello o más arriba, y subir por el terraplén del otro lado. Esta segunda opinión, que se basa en el muy hispánico recurso de la furia, se verá cada vez más desacreditada, no porque que sea inútil, que lo es, sino porque van transcurriendo los meses y no parece que los defensores del furor estén muy dispuestos a pasar de los tuits a los actos. A estas alturas, a pesar de que una minoría de irreductibles todavía chapoteen y gesticulen dentro del foso, se ha impuesto por completo la primera opción, que es la del retroceso y la acumulación de fuerzas, léase votos, para dar el salto largo.

También el estado se abstiene de aplicar las máximas de Clausewitz sobre la reducción del enemigo. “Además de las fuerzas físicas, es imprescindible destruir las morales.” Pues bien, el estado está muy lejos de destruir las fuerzas físicas -número de votantes- y más lejos que nunca de minar la razón o la determinación moral del independentismo.

El objetivo de la guerra, aplicable a toda confrontación severa, consiste en desarmar al enemigo o dejarlo fuera de combate. Pues por mucho que se fuercen los límites de un Estado de derecho, desarmar la democracia resultará imposible mientras exista Europa. El independentismo catalán, sin aliados ni padrinos exteriores de peso, solo dispone de la democracia, pero es el arma más poderosa en el actual contexto geoestratégico. Es previsible que en el futuro aprenda a servirse de ella con más precisión, con el incremento del calibre de la munición proporcionado por los presos, y tal vez, si afina lo suficiente, con algunas propuestas en positivo.

Precisamente sobre el sometimiento, Clausewitz aconseja situar al vencido en una posición más desfavorable de lo estrictamente necesario, ya que si las desventajas no son suficientemente deprimentes y permanentes, si no se le apura hasta que se reconozca del todo impotente, el oponente tenderá a esperar momentos más favorables para levantar de nuevo la cabeza. De ahí la única frase del presidente Quim Torra digna de pasar a los anales.

La historia de España da la razón a Clausewitz. Los políticos españoles que han ganado batallas contra Catalunya pero se han abstenido de seguir el método de la máxima represión, la que no deja otra salida que la rendición total, han caído todos de manera rápida o inmediata. Desde Olivares a Rajoy pasando por Espartero y Primo de Rivera. En cambio los dos que arrasaron, Felipe V y Franco, reinaron hasta el final de sus vidas sin sobresaltos.

Solo quedan dos salidas

Por mucho que Pablo Casado y Albert Rivera cacareen exigiendo el incremento de la represión hasta el máximo, no podrán aplicar como pretenden la fórmula Clausewitz: los alemanes han cambiado tanto que en vez de recomendar devastación, la prohíben o ponen unos límites estrictos. La España de hoy no dispone de margen de soberanía para incrementar la represión hasta niveles disuasorios.

Solo quedan dos salidas. Seguir la lógica de la confrontación y esperar el próximo salto o negociar un armisticio. Sobre la primera, recordamos una última y aciaga proposición del general prusiano, "Mientras no hay vencedor y vencido, ambos tienden a intensificar sus esfuerzos".

¿De qué va el próximo futuro? O va de armisticio con concesiones mutuas de gran relieve histórico, o va de nuevo encaje, de diálogo y negociación, o va de solución y de acuerdo, o no irá de división independentista ni de reiteración de errores soberanistas. Irá de empuje, de salto largo, y de más fuerza. De fuerza democrática soberanista, si es que esta fuerza se refuerza. De fuerza impositiva de Madrid, si es que consigue acumular mucha más sin caer en manos de la extrema derecha.