La política de las soluciones

Gabriel Rufián y Joan Tardà, en el Congreso.

Gabriel Rufián y Joan Tardà, en el Congreso. / JOSÉ LUIS ROCA

Laia Bonet

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El viernes pasado, Joaquim Nadal, en la presentación de su último libro 'Catalunya, mirall trencat' afirmaba: “¿Todo está por hacer y todo es posible? No es cierto. No se puede tirar a la papelera de la historia alegremente el trabajo que han hecho los ayuntamientos desde la transición o el pacto del 78, como si no quedara nada de ello ni hubiera servido para nada”. Y al mismo tiempo advertía sobre la Constitución: “se ha estropeado el invento porque se ha petrificado”. Lo comparto. El adanismo político (todo empieza ahora) es tan contraproducente como el inmovilismo (ya está todo hecho). Catalunya puede salir de su laberinto, con pragmatismo y seriedad, con un reconocimiento de la legitimidad de los otros catalanes que no piensan como uno mismo. Catalunya no es patrimonio de nadie. Es preciso abrir un tiempo nuevo de diálogo y colaboración entre catalanes, sin exclusiones, sin estigmas.

Esta semana acompañé a Daniel Innerarity en la presentación de su último libro en Barcelona, 'Comprender la democracia', y el amigo filósofo nos advertía del grave error que significa focalizar los problemas políticos desde el punto de vista moral (escuchar las opiniones de los demás desde los propios valores). Y afirmaba que buena parte de los conflictos vienen de los problemas de percepción (no escuchar bien el adversario, a quien acabas situándolo como  enemigo). Hay que reforzar, pues, el enfoque cognitivo de los problemas y no poner rápidamente la moral como filtro. Evitar los apriorismos que descalifican es imprescindible para hacer posible una política de las soluciones y no una política de los conflictos.

Esta orientación pragmática y resolutiva nos permite avanzar y construir. Transformar. Nos permite romper la parálisis que tanto perjudica a Catalunya y deteriora la política democrática. Hemos visto un ejemplo dual de lo que explico esta semana en el Congreso. Mientras la opinión pública y los medios han estado monopolizados por la agria bronca política entre Gabriel Rufián y Josep Borrell, el día siguiente se producían colaboraciones interesantes como las que han permitido que el Gobierno español haya podido sacar adelante, con los votos nacionalistas e independentistas, el real decreto ley de las hipotecas o la reforma de la ley de estabilidad presupuestaria, que eliminará la actual capacidad de veto del Senado en las cuentas públicas.

La encuesta del CEO de esta semana confirma lo que ya intuimos: mínima mayoría parlamentaria del independentismo, y –al mismo tiempo- mínima derrota de la opción independentista en un hipotético referéndum. Pero la Catalunya en dos mitades, ¿Debe resignarse a estar dividida? Más aún, ¿Es plausible, creíble, y hasta deseable, pensar que una de las dos mitades se disolverá o desaparecerá? ¿No creemos, sinceramente, que en esta situación, pensar en la derrota del adversario político sería, finalmente, la derrota de Catalunya?

Nos hace falta un realismo basado en el diálogo como método, la aceptación del otro y el respeto del adversario (que es un catalán más), la definición de una Agenda para Catalunya ampliamente compartida y aparcar, por un tiempo, el maximalismo de la victoria imposible. De unos y otros.