De vinos y libros

Me quedaré aquí en el balcón hasta que pase por la calle alguien henchido de razón gritando: “Si estuviera vivo, ¡Shakespeare escribiría etiquetas de vinos!”. 

Esa sería la evolución natural para los que afirman que haría series o videojuegos. Por otro lado, solo es preciso comparar el “¿Por qué un perro, un caballo, un ratón tienen vida, y tú no? ¡No, no volverás nunca! ... ¡Nunca, nunca, nunca, nunca, nunca!” del 'Rey Lear', con la etiqueta de ese vino llamado Monólogo que ayer compré en el súper con un billete de cinco: “Monólogo es una obra dramática en la que habla un solo personaje. En este caso obra y personaje se han unido en un vino que nos habla de tierras riojanas, de la sierra que las abraza...”, etcétera.

Libando una copita de este me hallaba anteayer cuando leí la noticia: el champán marca blanca de la mayor cooperativa británica había batido a Moët & Chandon Impérial Brut en una prestigiosa cata a ciegas. Hace unos años pasó algo parecido: la todopoderosa guía estadounidense 'The Wine Advocate' de Robert Parker había otorgado un sobresaliente a un vino blanco gallego que se ofrecía en el supermercado a 1,49 euros. 

Supongo que son buenos libros los que, como con el vino, bien envejecen

Ni yo, que hasta edad avanzada me liaba con si era más Cosecha o Crianza (lo de Reserva sí lo tenía claro), me extrañé: en el documental 'Sour Grapes', se explicaba como Rudy Kurniawan, un Mr. Ripley de origen indonesio, logró el mayor fraude de la historia del vino retocando etiquetas y caldos y vendiendo botellas a precio de automóvil.

Lo que me da que pensar es hasta qué punto eso mismo puede aplicarse a la industria cultural (ahora que los vinos son aguerridos o contenidos, también lo son las novelas). De qué modo nos perdemos un gran grupo sin contrato y una novelaza de microeditorial. Dijo Orwell que el mejor crítico literario es el tiempo. Así que supongo que son buenos libros los que, como con el vino, bien envejecen. Aunque si los impacientes no queremos esperar lo mejor es que nos emborrachemos de ellos y decidamos por nosotros mismos desde el privilegio y la dignidad de ser lector. Desde una dicha tan subjetiva e intransferible como una resaca.