Grafitos en el metro
Si hay violencia, no hay arte
Hay que blindar el suburbano a los que quieran pintar convoyes
A los problemas de seguridad que tiene Barcelona se le ha sumado otro. El metro. El último balance de delitos ya encendió las alarmas por el incremento de hurtos en la ciudad, sobretodo en el suburbano. También empiezan a ser demasiado habituales los vídeos de agresiones a los vigilantes y a todo esto se le suma la actividad creciente de los grafiteros que han puesto el foco en las vías y zonas que teóricamente no son accesibles, pero que en la práctica lo son demasiado. El daño en los trenes y la violencia de estos grupos contra trabajadores y pasajeros ha dejado al descubierto grandes agujeros de seguridad. Una situación aún más grave si tenemos en cuenta que estamos en el nivel 4 de alerta terrorista y que el metro es una infraestructura sensible.
TMB, que hasta el momento ha sufrido el problema en silencio, ha decidido denunciarlo, la situación le ha sobrepasado y pide ayuda a la justicia que de nuevo actuará a remolque de los hechos. Se piden penas más duras. Poner en riesgo la seguridad y movilidad de todo un metro y amenazar y agredir no puede quedar impune. Pero más allá de lo que puedan hacer los jueces, hay que reforzar la seguridad y esto es responsabilidad de la empresa que gestiona este transporte público. Tiene que haber una solución más allá de admitir que no se puede evitar que alguien se cuele en las entrañas del metro. Hay que blindarlo frente a los que quieran dejar su pintada en un convoy o cometer delitos más graves.
En Barcelona, los grafitis siempre han generado simpatía
Quizá la reacción de las administraciones y la empresa habría sido distinta y más rápida si los autores de los incidentes no hubieran sido grafiteros. En Barcelona, los grafitis siempre han generado cierta simpatía y han provocado un eterno debate ¿Arte urbano o vandalismo? Las calles están llenas, algunos son simples garabatos pero otros son obras firmadas por autores de culto que han quitado un poco de gris a la ciudad. La diferencia con las pintadas que se hacen corriendo y después de parar un tren es que estas no buscan la calidad artística, responden a una sobredosis de ego y riesgo, dejar la huella con la máxima adrenalina posible. Ya hemos visto cómo actúan estos grafiteros. Ellos mismos se graban y cuelgan sus acciones en las redes sociales. Bajan a una estación o se cuelan por las vías, burlan la vigilancia, paran los trenes, agreden y amenazan a vigilantes y pasajeros y huyen, si hace falta, por los túneles. Cuanto más peligro, más valor y reconocimiento tiene la pintada. La actuación se hace en grupo, cada uno tiene su cometido, vigilar, pintar y grabar. Y los grafiteros, que se conocen el subsuelo a la perfección, ganan, de momento, a la policía.
Dudo que a estos chicos y chicas se les pueda convencer para que cambien vagones por paredes blancas donde saciar su creatividad. ¿Hemos llegado hasta aquí por ser demasiado permisivos con los grafitis? No, no se puede criminalizar a todo el colectivo. Hay que ser contundente con los que, bajo el pretexto del arte, han optado por la violencia. Actuar contra ellos no es cortar las alas a la expresión artística. Si hay violencia, no hay arte. No puede haber debate ni con esto, ni con la seguridad de un transporte público que el año pasado superó la cifra récord de los 390 millones de viajes.
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