Incidente en el AVE

La batalla del silencio

Aunque se defienda una causa justa, hay estrategias que generan más solivianto que paz

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Ángeles González-Sinde

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Pasó en el AVE. Vagón de silencio. Un tren vespertino de vuelta a casa. El vagón lleno de hombres. No quiero prejuzgar, pero es chocante entrar en un espacio en el que soy la única mujer, me sobrecoge. Me senté. Un señor inmenso a mi izquierda, con gafas y perilla, miraba en su pantalla planos de algún artefacto que emitía ondas. No me pregunten cuál ni para qué.

Delante teníamos los asientos de cuatro. Saqué mi ordenador, me puse a escribir y en esto se armó. De una mesita a otra, un hombre abroncaba a otro por contestar a su móvil. El reprendido se levantó y salió a la plataforma. Seguí a lo mío. Mi compañero abrió un nuevo diagrama del misterioso mecanismo que estudiaba. Al poco, unas voces me sobresaltaron: el Vengador del Silencio regañaba a un segundo pasajero: "¡Aquí no se puede hablar!" A lo que añadió: "¡¿Y esa cara?! ¡¿Encima se pone chulo?!" Qué tensión. Por conseguir silencio, el tipo estaba dispuesto a ser un energúmeno. Fue a más. El Vengador amenazó con "verse las caras" si el Burlón no deponía su actitud desafiante.

Llegamos a Zaragoza. Resultó que el Vengador se había sentado en una plaza que no le correspondía. Horror, su verdadero asiento era justo frente a Burlón. Lo ocupó. Nueva tangana. "¡Los pies! ¡Ese es mi espacio!" "¿Dónde quiere que los ponga?", preguntó Burlón. Miré a mi compañero. Si se peleaban, ¿me protegería? Me sentía transportada a un salón del Far West en el que el tiroteo podía estallar en cualquier momento y yo era solo la pianista. Pero, ¡espanto! Una sintonía espantosa y chillona atronaba. ¡Salía de mi vecino! Creo que sus 150 kilos de músculo se estremecieron. No encontraba el aparato. El Vengador no perdió un segundo, ya estábamos en su punto de mira. "Perdona, no te puedo atender", susurró mi vecino con voz temblorosa y colgó. Me sequé el sudor. Por suerte ya íbamos por Guadalajara. Pronto la ruidosa batalla del silencio tocaría a su fin. Aunque la causa era justa, la estrategia había generado más solivianto que paz. Solo gracias a la templanza de la mayoría, habíamos evitado el desastre. Como ocurre en la vida.

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