La tasa Google y la dignidad

Una mujer frente al logo de Google.

Una mujer frente al logo de Google. / ADNAN ABIDI

Jordi Alberich

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El debate acerca de la tasa Google va adquiriendo intensidad en la Unión Europea (UE). Inmersos en una sucesión inacabable de acontecimientos de enorme relevancia pública, desde el Brexit al auge del populismo o al drama de la inmigración, esta propuesta de impuesto parece una cuestión menor, si la limitamos a su efecto recaudatorio. Pero va más allá, pues puede ser el primer paso en reconducir una economía global que, desregulada, alimenta las peores versiones del capitalismo.

Pese a ser impulsada por los principales estados europeos, está resultando muy difícil avanzar en la implementación de dicha tasa, que pretende gravar a las grandes compañías tecnológicas. Éstas, pueden eludir muy fácilmente el pago de impuestos, dada su enorme facilidad por encubrir información y ubicarse donde más les convenga. Así, y dada su absoluta falta de colaboración, la única alternativa al alcance de los países europeos es gravar su actividad. Y aunque sea de forma muy moderada, ese es el objetivo de la tasa.

Ante la posición favorable de diversos países, entre ellos España, otros se resisten alegando que el nuevo tributo ha de ser de ámbito global, y que la OCDE ya está en ello, en lo que constituye una manera elegante de ganar tiempo. Por su parte, los países nórdicos, con una industria tecnológica propia, no acaban de decidirse, mientras que quienes sí tienen una posición clara son Irlanda y Luxemburgo, pues lo suyo es lo de siempre, facilitar la elusión de impuestos. Y como en materia fiscal se requiere la unanimidad de los socios europeos, la propuesta no acaba de avanzar.

Pero el argumento que más sorprende es el que proviene del propio sector, cuando señalan que la iniciativa es, sencillamente, inaceptable, pues impedirá que las grandes compañías tecnológicas sigan investigando y, además, atenta contra el interés general. El único escenario aceptable, por tanto, es no pagar impuestos. Y lo afirman convencidos, cuando no ofendidos.

Que una medida como esta, de alcance moderado y cargada de sentido común, sea tan difícil de implementar resulta muy paradigmático. De una parte, de lo difícil que le resulta a la política democrática regular el uso y abuso de un dinero que no tiene fronteras. De otra, de hasta qué punto ciudadanos y gobernantes hemos sido abducidos por esta generación de jóvenes empresarios gurús, que han venido a imponer una nueva ideología global. Más que protagonistas de una revolución tecnológica, parecen apóstoles del advenimiento de un mundo nuevo, fascinante y disruptivo. Sólo así se entiende que además de amasar fortunas extraordinarias, y recibir parabienes por doquier, se indignen por pagar impuestos, una práctica que deben considerar caduca y propia del mundo de ayer.

La tasa Google puede ser el primer paso en conformar el marco regulatorio global que exige una economía, también, global. Por ello, su éxito resulta fundamental. Por una cuestión recaudatoria pero, sobretodo, por una cuestión de dignidad, ese concepto propio del mundo de ayer.