ANÁLISIS
No es tarde para Dembélé
En un club como el Barça, lo habitual es que el vestuario vaya por un lado y el club por otro. Que los jugadores se protejan entre sí y recelen del técnico. Que ese mismo entrenador valore unas cualidades de sus futbolistas y la junta, otras diferentes. Con intereses tan diversos, no resulta fácil que el mensaje sea unánime. Dembélé, en cambio, lo ha conseguido. Todos coinciden en atizarle, desde Guillermo Amor hasta Gerard Piqué pasando por Ernesto Valverde, cada uno a su estilo. Cómo será la cosa que ni Didier Deschamps, su seleccionador, se corta. Démosle el mérito que eso merece.
Su falta de adaptación es tan pública que se asume que el club intentará perderlo de vista en cuanto pueda y que el vestuario azulgrana estará encantado con ello. Tanta publicidad no parece lo más inteligente para recuperar una inversión que superó los 100 millones y que obligatoriamente se debió estudiar desde todos los ángulos, no solo el deportivo. Algo falló, o algo se quiso ignorar, porque cabe recordar que el francés, por ejemplo, se declaró en rebeldía para forzar su traspaso al Barça.
Flotador Valverde
Mientras la junta piensa en cómo deshacerse del delantero sin sufrir un descalabro en sus cuentas y en el vestuario ya no le queda ningún apoyo -al menos público-, parece que su única complicidad, su único flotador, está en el banquillo. Cuestionado antes del partido del domingo por una posible salida en invierno, Valverde contestó que ese mercado debe servir para reforzarse y que el talento del francés es difícil de encontrar.
Aún hay quién cree que por capacidad y potencial, el delantero puede llegar a ser muy útil al equipo -cuéntenme en ese grupo impopular. Hay quién, en cambio, considera que por su anarquía y comprensión del juego nunca conseguirá adaptarse al sistema azulgrana. En ese ámbito futbolístico, puede haber debate, pero lamentablemente su actitud supera esta esfera. Para poder sostener su defensa, para seguir en el barco 'dembelista', ahora mismo a la deriva, sería interesante que el jugador pusiera de su parte. Y ya no se trata de que Dembélé no quiera coger el timón, sino que da la sensación de que ni siquiera está en el barco.
El vestuario le pide reaccionar, y no me dirán que no deja de ser curioso que sea precisamente Gerard Piqué, el futbolista de las mil facetas, que tiene tiempo para buscar patrocinador del club, para producir un documental, para montar una competición de tenis e incluso para asistir a una votación de la misma a dos días de un partido, el que le recuerde a Dembélé que el fútbol hay que vivirlo las 24 horas del día. Un capítulo cargado de ironía para una historia que no parece tener un final feliz. En cualquier caso, depende de su protagonista. Llega la hora de Dembélé. Quizá esta vez, pese a su impuntualidad, no llegue tarde.
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