El conflicto catalán

Sueños y pesadillas

La vía unilateral ha dado argumentos a los partidos que se disputan el espacio de centroderecha a golpes de bandera

opinion  ilustracion de leonard  beard

opinion ilustracion de leonard beard / periodico

Rafael Jorba

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Lo dijo Albert Batet, en réplica a Inés Arrimadas, en el debate de política general, el pasado 3 de octubre. “El chiringuito más grande que se ha creado con el 'procés ' son ustedes”. Evidentemente, Ciudadanos no es un 'chiringuito', sino un partido hecho y derecho. Pero sentada esta notable salvedad, la afirmación del portavoz de JxCat es ajustada, sobre todo si sustituimos la forma pronominal “se ha creado” por “hemos creado”. En efecto, la tensión plebiscitaria de las elecciones del 27-S del 2015 tuvo como resultado colateral que por primera vez desde 1980 el primer partido de oposición en el Parlament no pertenecía a la tradición del catalanismo político. El paso siguiente, en los comicios del 21-D del 2017, situó a este partido como primera fuerza. No se trata de un ascenso en clave ideológica y programática -Cs y PDECat se han sentado hasta ahora en el grupo liberal del Parlamento Europeo-, sino identitaria.

El sueño de la independencia alimentaba la pesadilla de la secesión. No es solo un problema de leyes, constituciones, estatutos o reglamentos. Es, ante todo, una cuestión de filosofía. Para unos, la independencia, de la mano del llamado 'derecho a decidir', era la expresión máxima del ideal democrático; para otros, la secesión era sinónimo de “divorcio político” (el teórico Allen Buchanan 'dixit'), el mal menor cuando la quiebra de la convivencia resulta irreversible. Una quiebra política, pero también cívica e, incluso, emocional. El federalista Stéphane Dion lo resumía así: “El ideal democrático alienta a todos los ciudadanos a ser leales entre sí. En cambio, la secesión exige que rompan la solidaridad que les une. La secesión es un ejercicio raro e inusitado en democracia por el cual se elige, entre los conciudadanos, a aquellos que se quiere conservar y a los que se quiere transformar en extranjeros”.

Una utopía en negativo

Sueño y pesadilla. Utopía y distopía. Al añorado profesor Francisco Rubio Llorente -uno de los constitucionalistas españoles más abiertos en la cuestión catalana- me remito. Lo dijo en su última conferencia en Barcelona, el 3 de octubre del 2013: “La idea de una Catalunya independiente no me parece una utopía, sino una distopía”, es decir, una utopía en negativo. Hecha esta advertencia, en el terreno de la filosofía política, habló el Rubio Llorente jurista: “De acuerdo con la interpretación generalmente aceptada de nuestra Constitución, su reformabilidad no tiene límites sustanciales, sino solo procedimentales. En consecuencia, el propósito de conseguir que una parte del territorio (…) se constituya como Estado independiente es un objetivo constitucionalmente lícito, siempre que no se pretenda alcanzarlo al margen de la Constitución”.

El sueño de la independencia 
alimentaba la pesadilla de la secesión. Es,
ante todo, una cuestión de filosofía

Los promotores del 'procés' no solo plantearon una utopía que era vivida como una distopía por muchos de sus conciudadanos, sino que optaron por imponerla por la vía unilateral. El resultado, de puertas adentro, es que se quebró el consentimiento: el contrato social que estaba en la base del catalanismo. Y, de puertas afuera, acabó de romper el pacto constitucional que se había resquebrajado en el 2010 con la sentencia del Estatut. La vía unilateral ha dado argumentos a los partidos que se disputan el espacio de centroderecha a golpes de bandera (PP y Cs) y a los que propugnan incluso la liquidación del Estado autonómico (Vox).

En este contexto, solo si una amplia mayoría de fuerzas catalanas son capaces de recuperar el proyecto compartido del catalanismo político, de recomponer un espacio de tolerancia, pluralismo y civilidad como el que dibujó Thomas More en su isla de Utopía, solo así podremos evitar una doble distopía, una doble pesadilla. La catalana, con un viaje a Ítaca en el que, como en la tragedia de Homero, el héroe llega solo a su destino y sus compañeros mueren en el camino. Y la española, con la fractura de los consensos que alumbraron el pacto constitucional de hace ahora 40 años y el resurgir la dialéctica guerracivilista.

En el plano social, un sector de la ciudadanía apuesta por superar esta dualidad. Así lo refleja la encuesta publicada por este diario en la que una mayoría de los catalanes muestra su cansancio ante la alternativa dual -independencia o 'statu quo'- y se inclina por negociar una mejora del autogobierno (56%). En horas mucho más aciagas que la presente, Gaziel escribió lo siguiente en sus 'Meditacions en el desert': “En la lucha salvaje entre tesis y antítesis, ha de suceder la síntesis. Y esta nos falta del todo: la tercera España que refunde la roja y la blanca. La tercera España, no combatiente, sino pacificadora y reconstructora”. También la tercera Catalunya.