El conflicto catalán

¿Ensanchar la base o la cintura?

No se trata de querer dejar a todo el mundo medio insatisfecho, sino de la urgencia de recuperar el espacio para el debate

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Núria Iceta

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Enseño las cartas desde el principio. Creo que lo que tenemos que ensanchar no es la base, sino la cintura, es decir, aumentar la capacidad de llegar a acuerdos, y por tanto de ceder, para desbordar los límites de un debate sobre tantos por ciento de una pregunta binaria sobre el 'sí' o el 'no' a la independencia de Catalunya. No se trata de querer dejar todo el mundo medio insatisfecho, sino de la urgencia de recuperar el espacio para el debate.

Y es en este sentido que quiero hacer una reivindicación de la equidistancia. No es que haya la misma distancia entre los dos extremos del debate, es que todos somos producto de nuestras trayectorias vitales y de nuestros anhelos y a veces estoy de acuerdo con unos en unas cosas y no en otras, y viceversa. Y me parece que no soy yo sola, aunque no se visualice en las adhesiones inquebrantables que exige hoy la comunicación política.

Actuar a golpe de proclamas

Hace rato que un niño que apenas camina lo pasa en grande empujando su propio cochecito. La madre lo sigue divertida, como yo, solo preocupada por la integridad de las plantas y del resto de pacientes de la sala de espera, que corremos el riesgo de ser atropellados. “No sufras que tenemos nietos”, dice una señora mayor desde detrás de mí. Como tantas veces en los últimos meses, una anécdota pequeña me devuelve al 'tema'. Hace meses que arrastro la sensación de que primero se perdió la empatía y después la percepción de reciprocidad.

Hace meses
que arrastro 
la sensación de que primero se perdió la empatía y después la sensación de reciprocidad

Enseño de nuevo las cartas. Con el respeto institucional y personal que tengo por el presidente de la Generalitat, me dirijo a él porque es nuestro máximo representante político y al que le toca pilotar este trayecto. Es evidente que está lógicamente legitimado para llevar a cabo el proyecto político que acuerden las fuerzas que lo apoyan, pero también tiene una responsabilidad en el conjunto del país que pasa en mi opinión por trabajar en la creación de mayorías. Me cuesta ver cómo reclama diálogo mientras le dice al presidente del Gobierno español que se le ha acabado el crédito político (¿ya?) y hace un llamamiento a la movilización permanente un año después del intento de proclamación de la república. Hace solo unas semanas decía en la televisión pública aquello de “me niego a aceptar que no tengamos la mayoría social suficiente [para la independencia]; la tenemos.” ¿Cómo que no puede? En lo que dependa de nosotros dejemos de actuar a golpe de proclamas y recuperemos el tejido de las relaciones interpersonales, primero en la intimidad si es necesario y después a la luz del día y en el marco de las instituciones, si puede ser, para reducir distancias entre hechos y palabras. Hipérboles, gesticulaciones y descalificaciones no sirven para nada, atraen a las minorías más convencidas y crean rechazo en la mayoría.

Vuelvo a enseñar las cartas. No tengo respuestas a cómo hacer todo esto mientras seguimos teniendo en prisión siete representantes políticos y dos líderes sociales en espera de juicio desde hace un año. Vuelvo a invocar, si acaso, el derecho a mi particular equidistancia. Creo en la necesidad de respetar las leyes y en el principio de la separación de poderes, pero cuando la injusticia es flagrante tenemos la obligación de forzar los cambios y llevar hasta el extremo todos los mecanismos que permitan cambiar las leyes que dan cobertura legal a esta situación lo antes posible. Modestamente pido que cada uno ejerza sus responsabilidades. Quien lo pueda pedir que lo pida. Y quien lo pueda decidir que lo decida.

A pesar de algunas decisiones políticas precipitadas e imprudentes que llevaron al 1 de octubre, y la rabia por el error descomunal de la respuesta, añoro del 3 de octubre la sensación que allí se forjaron los consensos del 80%, que ahora se dibujan en torno a tres luchas compartidas: la reivindicación de los derechos de expresión, manifestación y participación; la necesidad de establecer una mesa de diálogo que lleve, en las condiciones que sea necesario, a un referéndum que dirima la vinculación entre Catalunya y España; y el convencimiento de que el sistema político de una monarquía heredada ha de dar paso a un sistema de representación que garantice la soberanía a la ciudadanía. ¿Por qué no seguimos a partir de ahí? Los despropósitos judiciales sostenidos siguen a ciegas un relato predeterminado injusto, pero en ese 80% que compartimos nosotros tenemos la capacidad de construir nuevos consensos que nos permitan avanzar juntos y un espacio de ambición infinita para el progreso social. En los márgenes del 20% restante hay tiempo para cualquier debate, desde el respeto a la diversidad. Y eso exige cintura. Incluso ahora. Sobre todo ahora.