Vientos de recesión

Situación económica: es la hora del realismo

La botella está todavía medio llena, pero su nivel está descendiendo de manera manifiesta

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Antonio Argandoña

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Hace años me comentó un colega economista que él nunca daba visiones pesimistas de la situación económica, porque, decía, esto desanima a los empresarios, que dejan de contratar trabajadores y de invertir, se ponen en “modo conservador” y, claro, acaban provocando la recesión que nosotros les pronosticamos. Me pareció un buen consejo, siempre que no hubiese, realmente, indicios de una pérdida de ritmo. Pero si esos indicios son claros, me parece que fingir que no pasa nada es engañar al lector. Por eso procuraré aquí ser, no pesimista, pero sí realista.

El punto de partida es la revisión generalizada de las expectativas de crecimiento para el 2019, y no solo en España, sino en la Unión Europea en general. Estamos hablando de 2,2-2,4% en términos reales. La botella está todavía medio llena, pero su nivel está descendiendo de manera manifiesta. Todos nos apresuramos a decir que esto no significa que el crecimiento se vaya a estancar, pero, desde luego, no resulta un pronóstico optimista.

El crecimiento del PIB real

Y lo que me parece más relevante es lo que hay detrás de esas cifras. El consumo depende de la creación de empleo, y esta del crecimiento del PIB real: o sea, el consumo sostenido no podrá seguir creciendo por encima del PIB. La recuperación de la demanda “embalsada”, la que queríamos hacer y no pudimos hacer durante la recesión, parece que ha perdido fuerza. El turismo ha crecido menos que en el pasado, y esto no parece algo ocasional, sino que tiene que ver con el menor crecimiento fuera y la recuperación de destinos turísticos alternativos, que hasta ahora habían derivado hacia nuestro país un número excepcional de turistas, que no va a desaparecer, pero tampoco va a crecer.

Las exportaciones también pierden ritmo, por la desaceleración de Europa, la apreciación del euro y, sobre todo, la deriva hacia políticas proteccionistas que, seguramente, no será tan peligrosa como parece, pero que, desde luego, no va a favorecer el crecimiento de las ventas al exterior.

Los “vientos de cola”, que favorecieron el crecimiento, están remitiendo. La incertidumbre política no desaparece en España, de modo que el incentivo para invertir con alegría no existe. El petróleo se ha encarecido; parece que no seguirá creciendo, pero, si se mantiene más caro, esto tampoco favorecerá la recuperación. La política monetaria sigue siendo acomodaticia, pero menos. Italia y su enfrentamiento con la Unión Europea es un factor de preocupación, que nos afecta poco, pero que no pinta bien para el futuro del euro. La política fiscal este año va a ser expansiva, por la proximidad de elecciones, pero esto lo único que hace es retrasar un ajuste que sigue siendo necesario. El aumento del salario mínimo no va a ser, probablemente, el desastre que algunos auguran, pero tampoco va a fomentar mucho el crecimiento de la renta de las familias.

Los problemas estructurales

Y quedan los problemas estructurales, esos de los que nunca se habla, pero que son importantes: bajo crecimiento de la productividad; alta tasa de paro, estructura disfuncional de contratos laborales, problemas de re-empleo de los parados y de primer empleo de jóvenes; desigualdades reales o percibidas, que no dejan indiferente a los ciudadanos; dudas fundadas sobre la viabilidad de las pensiones, que seguiremos cobrando el año que viene, pero que, en algún momento encenderán más luces rojas en el cuadro de mando de la economía, y que obligarán a medidas más serias.

Y por encima de todo esto, ausencia de ideas sobre cuál será el futuro modelo económico del país. El que hay ahora nos ha ido bien para salir de la crisis, pero no es útil para el medio y largo plazo. Entre los expertos hay ideas sobre el modelo adecuado para el futuro, pero no cuajan; los políticos no quieren oír hablar de reformas a fondo, porque temen por sus votos, y los ciudadanos nos lamentamos, pero no estamos dispuestos a correr con los gastos necesarios.

Hace unos días, el expresidente del Gobierno Felipe González hablaba, en una entrevista, de la “simplificación estupidizante como respuesta a problemas que son complejos”. Hace falta que alguien (los líderes políticos, claro, si los hay) hable a los ciudadanos con claridad, contándole lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer, lo que nos va a costar lo que hay que hacer, quién tiene que pagarlo (y aquí ponemos el dedo en la llaga) y, claro, qué nos pasará si no queremos hacerlo. Afortunadamente, no hablamos de 2019. Pero alguien tendría que empezar a poner hilo a la aguja.