La lucha por la igualdad

El principio de la Pitufina

Sigue habiendo entornos donde, frente a la variedad de roles masculinos, hay un solo personaje femenino

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Care Santos

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Estos días he pensado mucho en los pitufos. ¿Se acuerdan? Aquellos diminutos personajes azules que vivían en setas y árboles, que hablaban usando todo el rato el verbo “pitufar” y que tenían un líder -el gran pitufo- y un enemigo -Gargamel, que vivía con su mascota, el gato negro Azrael-. Todo ocurría más o menos en la edad media, los personajes eran todos masculinos, vestían todos pantalones y gorro y se distinguían por un rasgo de su carácter, una habilidad o algún atributo externo. Así, estaban el pitufo gruñón, el perezoso, el gafotas, el bromista, el doctor, el distraído, el friolero, el vanidoso… También había una chica, una sola: Pitufina. Lleva un vestido blanco, zapatos de tacón, tenía el pelo rubio, las pestañas largas y le encantaban las flores. Recuerdo que en una de las historietas todos los pitufos se enamoraban de ella y le proponían matrimonio, pero ella los rechazaba a todos, incluido papá pitufo porque prefería no tener que elegir y ser amiga de todos. Qué bonito.

Los pitufos -'Les Schtroumpfs' en el original francés- han cumplido hace unos días 60 años. Nacieron exactamente el 23 de octubre de 1958, cuando su autor, el dibujante francés Peyo, creó su primera aventura en las páginas de 'Le Journal de Spirou'. Un año más tarde eran ya los protagonistas de su propia serie de historietas y en 1981 llegaron a la televisión francesa. A Televisión Española llegaron dos años más tarde y en 1985 comenzaron a hablar catalán en TV-3, pero por entonces yo ya estaba muy mayor y aquello de “barrufar” nos mataba de risa.

Decía que en estos días he pensado mucho en ellos, y no precisamente por la casualidad del aniversario, sino porque he conocido una teoría sociológica basada en la serie y muy en boga: el principio de Pitufina. Consiste en constatar que sigue habiendo entornos -lamentablemente, no solo de ficción- donde el personaje femenino sigue siendo uno solo frente a la variedad de roles masculinos. Y que, mientras ellos presentan características distintivas que los singulariza, la única singularidad de ella parece consistir, precisamente, en ser chica. Quiero decir, que nadie se preocupa porque sea algo más, salvo el reflejo de diversos tópicos femeninos mal revueltos. Por desgracia, el principio de la Pitufina sigue bien presente en nuestras vidas.

Les voy a contar una historia. Hace más de 25 años, cuando empezaba a escribir en serio, me presenté a la modalidad de relato de un certamen literario convocado por una localidad castellana cercana a Valladolid. Las bases decían que en caso de resultar mi cuento ganador yo debería personarme en la ceremonia de entrega, que coincidía con la fiesta mayor y se celebraba a fines de agosto. Mi relato resultó premiado. Me presenté en el pueblo, más contenta que unas pascuas. Me dijeron que era costumbre que los galardonados en las dos categorías del certamen -poesía y relato- recibieran una placa de manos del alcalde en una velada literario-festiva que tenía lugar año tras año bajo el entoldado de la plaza mayor. Y que hasta allí llegaríamos en comitiva desde el ayuntamiento, que estaba a pocos metros, para ocupar nuestros asientos asignados.

Hace años, fui a recoger un premio literario. Habría un desfile. Imaginarán el soponcio de la reina de las fiestas al saber que el ganador era ganadora

A mí todo aquello me parecía precioso, rutilante, y estaba deseando que comenzara la fiesta. Pero a medida que se acercaba el momento me pareció reconocer cierto nerviosismo en los organizadores. Había carreras en el ayuntamiento mientras se preparaba la comitiva, y también cuchicheos y sustos. Reparé en que había allí una joven muy endomingada -a mí me parecía una novia- visiblemente triste. Luego me enteré de que se trataba de la Reina de las fiestas saliente a quien, también por tradición, le tocaba salir en la comitiva del brazo del escritor laureado en la modalidad de relato, mientras que la Reina de las fiestas entrante, recién elegida, lo hacía junto al ganador de poesía. Imaginarán el soponcio de la muchacha al saber que el ganador era ganadora y que no había nadie dispuesto a darle el brazo (aunque a mí no me hubiera importado ofrecerle el mío). Y el estupor general al ver que se les había desmontado el desfile por primera vez en la historia del certamen, que llevaba celebrándose varias décadas. Nadie había previsto la eventualidad de que alguno de los ganadores pudiera ser una mujer y formara una pareja nada tradicional al lado de la reina de las fiestas. Tuvieron que sacar de su casa a toda prisa al bibliotecario municipal para que resolviera aquella embarazosa situación ofreciéndome a mí su brazo. A la desolada reina saliente la acompañó ni más ni menos que el señor alcalde. Creo que eso la consoló.

Así que esta historia acaba bien. Brilló el bibliotecario, brillaron las dos reinas de las fiestas, la comitiva fue aplaudida, el premio entregado y luego nos fuimos todos a cenar. Fue mi debut como Pitufina.