UN CRIMEN DE ESTADO
¿Todo sobre Khashoggi?
Ignacio Álvarez-Ossorio
Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid.
Ignacio Álvarez-Ossorio
El presidente turco prometió contar “toda la verdad” sobre el asesinato de Khashoggi, pero su comparecencia ante el Parlamento turco ha quedado en agua de borrajas. Lejos de desvelar toda la información de la que dispone, Erdogan parece más interesado en filtrarla gota a gota para seguir manteniendo la atención mediática y, así, conseguir más réditos del rey Salmán y de su principal protector en la esfera internacional: Donald Trump. No por casualidad, el presidente norteamericano envió a la directora de la CIA, Gina Haspel, a negociar con el mandatario turco para evitar que señalase directamente al príncipe heredero Mohamed Bin Salmán, algo que parece haber logrado al menos por el momento.
Más allá de considerar que se trata de “un asesinato brutal” y de reclamar “una investigación independiente” para que los asesinatos rindan cuentas ante las autoridades turcas, Erdogan poco o nada ha aportado a lo ya conocido. La comparecencia parlamentaria ha venido acompañada de nuevas filtraciones a los medios de comunicación próximos al gobierno turco. Las más recientes apuntan a que el escuadrón de la muerte, integrado por miembros de los servicios de seguridad e inteligencia, contactó hasta en cuatro ocasiones con la oficina del Mohamed Bin Salmán desde el consulado saudí. No solo eso: Saud al-Qahtani, su principal consejero, interrogó en persona al periodista vía Skype, y ordenó a los asesinos: “Tráiganme la cabeza de ese perro”. Una bomba de relojería que colocaría en una posición extremadamente delicada al actual hombre fuerte del país, toda vez que el rey Salmán, que padece Alzheimer, ha ido delegando buena parte de sus responsabilidades en su hijo predilecto.
Dos grandes bloques
Dicen que la venganza se sirve fría y Erdogan parece estar aprovechando el 'caso Khashoggi' para recuperar parte del terreno perdido en los últimos años, en los que los desencuentros entre Turquía y Arabia Saudí han sido notables. Mientras que Ankara vio en la Primavera Árabe una oportunidad para aumentar su peso específico en el mundo árabe a través de su patrocinio de los Hermanos Musulmanes, Riad interpretó que las movilizaciones populares representaban una amenaza existencial. Desde entonces se conformaron dos grandes bloques en la región: el turco-qatarí, favorable a la llegada de los islamistas moderados al poder, y el saudí-emiratí, partidario de mantener el statu quo y preservar a toda costa a los dirigentes autoritarios.
Desde entonces, Turquía y Arabia Saudí libran un pulso soterrado por la hegemonía regional. Ambos países intentan expandir su órbita de influencia mediante la exportación de su particular interpretación del islam. El primero defendiendo un islam político compatible con la modernidad y que apuesta por las vías democráticas para alcanzar el poder; el segundo promoviendo un islam rigorista totalmente refractario a las elecciones y reacio a garantizar las libertades públicas. Este mar de fondo es clave para comprender las turbulencias que agitan el 'caso Khashoggi'.
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