ANÁLISIS

La vida normal

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Jordi Puntí

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Yo lo que quiero es que esta temporada llegue de una vez por todas la vida normal. Esa sensación de jugar y ganar los partidos porque sí, porque somos el Barça y lo normal es ganar. Recibir pocos goles, marcar muchos y que el entrenador rival diga en la rueda de prensa que han sido muy superiores. No sé ustedes, pero yo tengo la sensación de que esta temporada vivimos subidos al vagón de una montaña rusa, excitados y desorientados, siempre a punto de disfrutar y sufrir al mismo tiempo.

Empezamos los partidos con calma, buscando esa tranquilidad que da la vida normal, la regularidad, y como en esa película de Michael Douglas, 'Un día de furia' (“¡yo solo quiero desayunar!”) de pronto un detalle inesperado lo desequilibra todo y ya estamos de nuevo ante un día raro, raro. Y todo esto, fíjense, solo dentro del terreno de juego, sin calcular como puede influir la gestión de una directiva que ve por momentos como los compromisarios les ponen en jaque.  

Volviendo al futbol, la lógica y la experiencia de otros años me dice que esta normalidad se crea en el centro del campo y con los pases de Arthur y Busquets: ellos representan la prosa funcionarial del futbol, la clase media que hace avanzar a la sociedad. A veces su diapasón ofrece grandes noches, como en Wembley, pero de momento no basta ante los imponderables.

La lesión de Messi, por ejemplo, con ese hueso roto justo debajo del tatuaje de un reloj, detuvo  el tiempo de un partido que transcurría a grandes goles hacia la normalidad de ganar. Fue un sobresalto, otro más, en una temporada ciclotímica. Cada partido deja una nota desafinada y, a menudo, llegan del lado de los nuevos jugadores. El partido de Dembélé el sábado, por ejemplo, al sustituir a Messi. O mejor dicho: el no-partido de Dembélé. Su desconexión denotó una falta de confianza e interés que nada tienen que ver con su juego de titular. O Lenglet, que parece haber heredado la mala suerte de Mascherano para meterse goles en propia puerta. Y ya no digamos Arturo Vidal Malcom, inéditos y enfadados.

Quedan muchos partidos

En la vida normal, los entrenadores saben cómo implicar a todos sus jugadores, darles minutos y hacerles sentir importantes, pero de momento esta no parece la mejor cualidad de Valverde. Quedan muchos partidos y, al fin y al cabo, él también puede sentirse una víctima, porque en realidad todo el campeonato en general va dando tumbos, sin un favorito claro.

Es como si la llegada del VAR hiciera dudar a todo el mundo de la realidad vivida. Como si de repente les pusiera nerviosos que una cámara omnipotente les observe y corrija, tipo Gran Hermano. Las señales de este descontrol están por doquier. Es increíble, por ejemplo, que a estas alturas el Barça solo le saque cuatro puntos al peor Real Madrid que se ha visto en años. Y no es menos sorprendente que el Alavés -con todo el respeto para los de Pitu Abelardo- pueda presumir de haber dormido líder una noche, en la novena jornada. O que por una vez este Espanyol de Rubi tenga argumentos para soñar de verdad en jugar por las posiciones europeas...

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