ANÁLISIS
El fútbol no vuelve
Me molesta que cuando juegan las selecciones se diga que "no hay fútbol", o que este "vuelve" después de dos semanas "que se han hecho muy largas". Quizá me ocurra porque mi equipo, al estar desafortunadamente en Segunda B, sigue jugando en los llamados "parones internacionales", de modo que no echo de menos esa adrenalina semanal de esperar que llegue el partido que más me importa y vivirlo con una intensidad y una pasión que es imposible alcanzar desde la perspectiva del aficionado neutral que asiste a un espectáculo sin implicación emocional alguna. Lo admito: si el Sabadell tampoco jugara igual sí me incomodaría más que se parara la Liga. No quería empezar este artículo sin empatizar con aquellos a los que voy a llevar la contraria.
La Liga de las Naciones está resultando un acierto que incluso supera las expectativas más optimistas. Satisface por igual –y eso es complicado que ocurra en un mismo torneo– a los degustadores de fútbol de alta gama y a aquellos especialmente interesados en el desarrollo de las naciones más modestas.
Hemos asistido a una sucesión de partidazos entre selecciones históricas que han proporcionado un altísimo grado de entretenimiento –el Holanda-Alemania, el España-Inglaterra y el Francia-Alemania fueron especialmente buenos– y de manera simultánea hemos dado la posibilidad de festejar triunfos y soñar con clasificaciones a equipos que no sabían lo que era ganar partidos oficiales. Más interesante aún: al enfrentarlos a rivales contra los que no parten desde una inferioridad manifiesta, la Nations League les permite desarrollar estrategias e ideas de juego que no podían ni plantearse hasta ahora. Macedonia y Kosovo, por citar dos ejemplos, se están comportando como equipos creativos y atrevidos en sus formaciones, algo que difícilmente pueden plantearse en una fase de clasificación tradicional. De esta manera, las selecciones con peor ránking de Europa progresan porque exploran situaciones de partido que son nuevas para ellas.
El progreso de los pequeños
Pero es que el gran acierto de la UEFA ha sido que la Nations League conviva con lo que ya existía. Que no lo reemplace. Porque para esos equipos pequeños es fundamental poder seguir jugando contra los mejores para forzarse a elevar su nivel competitivo y para conseguir grandes afluencias de público en sus estadios y ciudades, que poseen todo el derecho del mundo a ver de vez en cuando a los grandes 'cracks' del continente.
Alguno me dirá que en realidad la Nations League es otro invento para sacar más dinero. Más derechos de televisión y más ingresos para la UEFA. Claro que genera más beneficios, pero es una fórmula perfecta en este juego de equilibrios para que los grandes acepten una idea que ayude a progresar a los pequeños. Y yo prefiero que el dinero se lo repartan las federaciones –todas, a través de su órgano gestor– y lo inviertan en el propio fútbol que aquello que sucedía antes con los amistosos organizados por grandes corporaciones, empresas intermediarias o estados multimillonarios.
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