Los presupuestos siempre son sociales

A los ciudadanos les cuesta distinguir la derecha de la izquierda, y el populismo de lo que no lo es

Pablo Iglesias

Pablo Iglesias / periodico

Albert Sáez

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La política está llena de tópicos. Eso no es nuevo. El drama es que la inmensa hemeroteca digital actual consigue ridiculizar al más pintado. Los ataques de Pablo Casado, hijo y heredero de Aznar y de Rajoy, contra las cuentas de Pedro Sánchez por su "despilfarro venezolano" no resisten los cortes de voz que circulan en la red de los presidentes del Gobierno de PP anunciando una y otra vez los Presupuestos más sociales de la historia en épocas de vacas gordas y de vacas flacas. La combinación de la ingeniera presupuestaria con los manuales de comunicación política hace posible que desde los años 90 del siglo pasado los gobiernos de toda condición ideológica y de todo ámbito territorial comparezcan ante los medios con un magnífico powerpoint que demuestra que la mayor parte del presupuesto se dedica a "políticas sociales". La mayoría de las partidas que se agrupan bajo ese epígrafe son finalistas y están derivadas de obligaciones contraídas en el pasado por las distintas administraciones y en muchas ocasiones vinculadas a aportaciones de los ciudadanos. Considerar "política social" el pago de las pensiones o de la prestación por desempleo es simplemente un insulto a la inteligencia. De la misma manera que computar como gasto social toda la estructura administrativa de un ministerio o su presupuesto de publicidad es simplemente una inmoralidad. El latiguillo de los presupuestos sociales ya no distingue a la derecha de la izquierda ni a los partidos serios de los populistas.

En España y en Europa, la política debe empezar a tratar a los ciudadanos como seres inteligentes. Son gente formada, que sabe leer y escribir y que en muchas ocasiones cae en los brazos de los populistas porque no encuentra demasiada diferencia argumental con quienes dicen no serlo. Hay una tendencia muy acentuada a enmascarar la realidad por miedo a la incomprensión. Sería más fácil decir que los presupuestos de Pedro Sánchez son expansivos puesto que aumentan la presión fiscal y dan más margen al gasto y a la inversión. Y sería más efectivo demostrar, si fuera así, que ese incremento se utiliza para reducir las desigualdades generadas por la crisis al adquirir nuevas obligaciones de gasto reconociendo nuevos derechos. Eso lo podemos entender todos sin que nos tengamos que tragar que el sueldo de los maestros es una medida discrecional que toma el Gobierno cuando presenta sus Presupuestos. ¿Tan difícil es tratarnos como adultos?

La actual coyuntura política ha complicado todavía más este envenenado debate. La precariedad del partido del Gobierno le obliga a presentar los Presupuestos en un magma de medidas, de nuevo "sociales", en las que se incluyen el incremento del Salario Mínimo Interprofesional y la cesión de competencias a los ayuntamientos para que puedan intervenir en los precios del mercado del alquiler. Cuando la derecha hacía un malabarismo de este tipo aprobando las ayudas a la banca envuelta en la rebaja de impuestos, las garras de Pablo Iglesias arañaban con fuerza en el rostro de Rajoy. Escenas como estas nos reafirman en la convicción que el mejor aliado del populismo es la frivolidad de sus adversarios políticos que tratan a los ciudadanos como ignorantes cuando no lo son. Y entonces les cuesta distinguir a unos de otros.