Un año de la campaña #MeToo

Hasta cuándo tú también

Cuando una parte de la ecuación deja de comportarse como solía hacerlo, la fórmula de la relación de poder se trunca

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Liliana Arroyo

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Es complicado hacer un balance preciso de lo que ha supuesto este primer año, pero si algo es cierto es que el 'hashtag' ha dado la vuelta al mundo durante más de 50 semanas y sigue vivo. No hay duda que el #MeToo es el triunfo de la voz por encima de la vergüenza, y que arroja luz frente a la incomprensión histórica y el sufrimiento silenciado. Tampoco hay duda que es un ejemplo de sororidad internacional, aunque todavía haya rincones del planeta donde esta revolución valiente costará inocular.

Sabemos que el contagio viral es mucho más fácil en lo digital. Hemos inundado el espacio público -digital- de una reivindicación que, en dos palabras, se enfrenta a la dominación masculina abusiva. Esa que durante mucho tiempo se sabía cómoda, impune y natural en el territorio del acoso sexual. Hace falta mucho más para borrar según qué comentarios de la reunión de corbatas importantes, o liberar de bromas rancias la comida del domingo. Lo que he visto claro en este año, y en especial en las últimas semanas, es que cuando una parte de la ecuación deja de comportarse como solía hacerlo, la fórmula de la relación de poder se trunca. ¿Qué ocurre entonces? Pues lo mismo que con las tradiciones cuando perecen. Se puede optar por rescatarla vía imposición, ver la historia desde la barrera o inventar algo que reinterprete y acoja la nueva situación.

La resistencia pacífica

Veamos la postura intermedia. Si tuviera que poner una frase a los que la ven pasar como si fuera ajeno son los mismos que “ellos también ayudan en la cocina” o que le hacen la compra a su mujer. Cosa que no se entiende a no ser que solo coma ella. Me sugiere una especie de resistencia pacífica, que se conforma sin hacer ruido, pero tampoco se mueve.

Sigamos por aquellos que reaccionan de manera positiva: quieren reinventarse, actualizarse teniendo en cuenta la nueva consciencia. Empiezan por consultar qué está bien y qué no. ¿Puedo seguir invitándote a comer? ¿Si un día estás guapa puedo decírtelo? Cuestionan su forma de hacer, de hablar, de dirigirse a una mujer y piden consejo. La humildad contra la antigua dominación es buena noticia. Aunque suele emerger junto a una sensación de desorientación y el reclamo de referentes de masculinidad respetuosa.

Y vamos a cerrar con la respuesta más visceral de todas: la que opta por aferrarse a la dominación y seguir pretendiéndola desde la violencia verbal o de cualquier tipo. Ahí también incluyo las reacciones que siguen creyendo que es un problema aislado de esa mujer en particular, de esa otra, de esa también y de la de más allá. O que consideran que compartirlo en público no es decoroso. Les parece que es el instinto lo que les hace saltar así, pero es esa misma mentalidad lo que les empuja a ser los garantes del orden y el poder. La venda que les impide preguntarse si están demasiado seguros de su definición del mundo. Solo esta ira desenfocada puede explicar que alguien me pregunte hasta cuándo durará la broma del "yo también".