Polémica sobre el candidato a la alcaldía

Manuel Valls y la circulación de las élites

El exprimer ministro francés representa a esa minoría con visión global, responsable y con voluntad de conciliar intereses

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Astrid Barrio

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La decisión de Manuel Valls -exprimer ministro francés, exministro del Interior, exalcalde de Evry y ahora también exdiputado a la Asamblea Nacional y exconcejal de la misma ciudad- de ser candidato a la alcaldía de Barcelona, su ciudad de nacimiento, ha suscitado dos tipos de reacciones, unas muy críticas y otras muy entusiastas.

Los críticos, amparándose en el declive de su protagonismo en Francia, han censurado su decisión tildándola de oportunista. Efectivamente, Valls perdió las primarias socialistas y no logró ser candidato a la presidencia de la República, pero antes había ostentado las más altas responsabilidades en el país vecino, por lo que considerar su carrera política en Francia un fracaso es faltar a la verdad.

Se le reprocha también que a ocho meses de las elecciones carece de proyecto para Barcelona y, vinculado a ello, se le ha afeado su condición, hasta ahora, de no residente en la ciudad, de lo que se derivaría un escaso conocimiento de la realidad barcelonesa. Tras esta crítica subyace la falsa asunción de que el hecho de vivir en un municipio aporta conocimiento acerca de sus problemas que se debe adquirir por ósmosis. Pero lo reseñable de esta crítica es que en el fondo reenvía a la espinosa cuestión acerca de quién está capacitado para ejercer cargos públicos: si en virtud del principio de representación cualquier persona que no esté privada del derecho de sufragio pasivo, con independencia de sus conocimientos o capacitaciones, o si solo aquellos con conocimientos específicos y altamente capacitados, lo que reduce mucho las opciones disponibles. En este caso, se desvirtúa el mencionado principio de representación y es sustituido por el principio capacitario, en cuyo caso Valls, y en contra de las críticas a las que se le somete, estaría situado en muy buena posición respecto a otros candidatos por su experiencia previa acumulada, incluida la de alcalde.

En un sentido radicalmente opuesto, los entusiastas sostienen precisamente que el hecho de que una persona con la trayectoria de Valls decida concurrir a la alcaldía de Barcelona es una buena noticia. Argumentan que es una oportunidad para que la ciudad disponga de un gestor solvente, de un buen conocedor de los problemas globales y de un liderazgo internacionalmente reconocido, que ayude, según su opinión, a volver a situar a Barcelona en el mapa mundial. En ese sentido, su recorrido previo, más que como un hándicap es visto como una fortaleza de la que no pueden hacer gala todos los candidatos. 

El otro gran argumento que se ha esgrimido en favor de Valls por parte de sectores cansados de la dinámica política a la que ha conducido el 'procés' es que su irrupción puede contribuir a 'desprocesar' las elecciones locales y a situar la política municipal en torno a sus problemas particulares.

Pero más allá de la dinámica local, no se puede perder de vista que las elecciones van a tener lugar el mismo día que las elecciones al Parlamento Europeo, en las que se van a enfrentar las grandes opciones políticas de nuestro tiempo: los defensores de la democracia liberal y los que, con prácticas iliberales, populistas de distinto signo, la amenazan. Y no habiéndose aprobado todavía la posibilidad de elaborar listas transnacionales cara a las elecciones del 2019 -una idea impulsada por Emmanuel Macron, que no ha prosperado por la oposición del PPE-, el espacio de competencia política con un 'demos' (comunidad de electores) más europeizado no es el europeo sino el municipal, ya que es allí donde los europeos gozan de derecho de sufragio activo y pasivo. Por ello, la iniciativa de Valls no tiene nada de anormal. Lo que hace singular su candidatura es que, por su bagaje, constituye un primer y formidable ejemplo, con permiso de Vilfredo Pareto, de circulación de las élites a nivel europeo que puede servir de precedente.

Su candidatura ha suscitado dos tipos de reacciones: unas muy críticas y otras muy entusiastas

La construcción de Europa como un espacio político no solo puede basarse en la existencia de unas instituciones y políticas comunes,  en la celebración de elecciones simultáneas al Parlamento Europeo y en la reciprocidad en el ejercicio de los derechos de sufragio a nivel local. Pasa también porque, al igual que hay libre circulación de ciudadanos, haya libre circulación de élites políticas y que estas puedan concurrir en los diferentes niveles de Gobierno en Europa.

Valls no es el candidato de las élites, es élite, esa minoría con visión global, responsable, con voluntad de conciliar intereses y acostumbrada a tomar decisiones y a asumir los costes. Ese segmento de la sociedad tan injusto y demagógicamente denostado en tiempos del populismo, pero tan necesario, que en vez de menospreciar habría que empezar a reivindicar.