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Futuro imperfecto

Varios jóvenes usando sus móviles

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Mikel Lejarza

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Con la aparición de internet y el desarrollo de las redes sociales, para algunos se abría una nueva era de la comunicación en la que caerían los medios tradicionales y con ellos muchas de las barreras existentes para garantizar la libertad de la información. Pero aquella efervescencia ha vuelto a chocar con la realidad. Hoy en día cualquiera puede con un smartphone lanzar al mundo su visión de lo que ocurre. Pero, ¿significa esto que vivimos en una sociedad mejor informada y más libre que antes? ¿Con su carácter abierto, han acabado las redes con los medios tradicionales?

La discusión clave tiene que ver con la imparcialidad o no de las redes; con su objetividad o con su influencia a la hora de manipular las opiniones públicas. Algunos creen que las redes son de izquierdas, otros que de derechas; para muchos el arma de Occidente para conquistar el este; y hay quien opina que son China y el espía Putin quien más beneficios saca de su utilización. Se discute sobre su objetividad, sobre su influencia, y nos preguntamos sobre quién está detrás de su funcionamiento.

Recientemente, un artículo de Slate.com, una revista en línea que cubre temas de actualidad en EEUU desde una perspectiva liberal y que inicialmente operó bajo la propiedad de Microsoft, opinaba que el único color político de las redes sociales es, al igual que el de cualquier empresa tradicional, el de su cuenta de resultados. Según el mencionado portal, para garantizar el ejercicio meticuloso de la verdad periodística en cada noticia que trasmiten, las redes sociales deberían emplear muchos más medios que los que habitualmente utilizan, y eso iría directamente en contra de su rentabilidad.

De ahí que, si las redes sociales se inclinan hacia algún lado, este no está representado por ninguna tendencia política en particular, sino por la reducción de costes y la búsqueda del máximo beneficio empresarial posible, aún a costa de faltar a la verdad. Puede que no lleven corbata, pero les mueve el mismo interés legítimo que al más tradicional y trajeado de los empresarios.

Otra leyenda urbana consiste en el vaticinio de que estos nuevos medios acabarían con los más clásicos, siendo la televisión el más perjudicado. Pero la realidad dista mucho de ser así. El consumo televisivo crece; tanto como los ejemplos de fraudes en la publicidad digital mucho menos segura que la que se ofrece en televisión. Como resultado, la TV concentra el mayor consumo de vídeo, el 84,9%. No contar con la TV supone perder el 67% de la notoriedad publicitaria, y mientras que en TV solo se ignoran el 37% de sus anuncios, en on-line esa cifra llega al 82%  (Fuente: ROI MAP. Iope).

Con todo, es evidente que la digitalización ha cambiado la comunicación, la medicina, las finanzas o la educación, y nos está dotando de un acceso a bienes, servicios e información sin precedentes. Pero no ha sido la revolución sin riesgos y perfecta capaz de cambiar las reglas fundamentales que algunos suponían. Además incluye importantes amenazas: la pérdida de la privacidad individual, la falta de control o amenazas de ciberseguridad entre ellas. Se trata del único futuro que tenemos por delante, pero es imperfecto, y hay mucho que legislar para mejorarlo.