Análisis

Puigdemont y el elixir de los presos

Carles Puigdemont y Alfonso Dasits en la reunión de la Unión por el Mediterráneo, en enero del 2017.

Carles Puigdemont y Alfonso Dasits en la reunión de la Unión por el Mediterráneo, en enero del 2017. / ANDREU DALMAU

Albert Sáez

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Dentro del mundo independentista, Carles Puigdemont fue una figura indiscutida hasta el 1 de octubre del 2017. Entre esa fecha y la proclamación fallida de la república, el día 27, sufrió de todo tipo de presiones y fue víctima de maniobras que algún día explicará en sus memorias. Todos pretendieron utilizarlo de alguna forma. Desde su propio partido hasta los autodenominados CDR, todos le presionaron en una u otra dirección. Algunos con fines nobles, otros simplemente utilizándolo en su propio beneficio. Puigdemont salió de ese atolladero marchándose fuera del territorio español. Muchos le acusaron entonces en voz baja de doble traición. Pero Puigdemont renació de sus cenizas en las elecciones del 21-D en las que, rodeado de un grupo de incondicionales, con los privilegios electorales del PDECat pero sin su aparato y con el discurso del legitimismo se impuso a Esquerra dentro del campo independentista que mantuvo la mayoría parlamentaria. Desde ese día hasta el pasado martes, Puigdemont ha sido una figura indiscutida públicamente dentro del independentismo. Su partido decidió hacerse el harakiri por su amenaza de fundar una formación alternativa, Esquerra evitó en todo momento la crítica pública para no enervar a sus bases y la CUP le rindió pleitesía por aquel principio marxista de ahondar en las contradicciones del sistema. Para conseguir imponer su voluntad, en el nombre del candidato a la presidencia o en la estrategia política, Puigdemont ha contado en estos meses con un elixir mágicolos dirigentes presosJordi Turrull, Josep Rull y Jordi Sànchez han avalado una y otra vez los pasos de Puigdemont y se han convertido en su guardia de corps en todo momento. De manera que cualquier discusión táctica o estratégica terminaba, según cuentan, con una llamada a Lledoners o a Waterloo. Los dirigentes independentistas en libertad han estado desde diciembre secuestrados emocionalmente por esta dinámica.

Las cosas empezaron a cambiar este martes. Esquerra ha osado oponerse públicamente a Puigdemont. Los republicanos de toda la vida no quieren más presos, sobre todo si es para mantener un símbolo y no para librar una batalla decisiva. Puigdemont sabe perfectamente que si acepta su sustitución perderá definitivamente el elixir que le permite ahora controlar el gobierno de la Generalitat y en buena parte a su propio partido. Necesita tiempo para construir su Crida per la República. Y Esquerra ha decidido no dárselo si el precio es que Roger Torrent vaya a la prisión. Y todo indica que este viernes, la dirección del PDECat podría hacer lo mismo. En la formación posconvergente le han perdido el miedo a la Crida -que no ha conseguido arrancar como movimiento autónomo- y podrían dar un giro a la estrategia aprobada en julio. El distanciamiento con Puigdemont se gestó inicialmente en el grupo parlamentario en Madrid cuando pretendió que no dieran apoyo a la moción de Pedro Sánchez, pero cada día está más extendido entre alcaldes y candidatos municipales. Si este viernes, los consellers de facto se unen a la revuelta, Puigdemont puede quedarse muy solo. Será un momento muy de Carles Campuzano. Por razón que tengan, cuando abusan del elixir, los déspotas caen irremediablemente.