Opinión | Editorial

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Tragedia en Mallorca

El desastre obliga a reflexionar y a implicar a las administraciones en la revisión de zonas habitadas susceptibles de sufrir desgracias similares

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Calles convertidas en ríos furiosos, coches arrastrados o destrozados en las cunetas, casas inundadas y, lo peor, una desoladora lista de personas fallecidas aún sin cerrar. La tragedia se ha cernido sobre MallorcaMallorca. El balance de víctimas aún no es definitivo ni se han cuantificado los daños materiales, pero las imágenes de los efectos de las lluvias torrenciales hablan por sí solos. Ante todo, cabe expresar las condolencias a los familiares y amigos de los fallecidos, así como toda la solidaridad a los que han sufrido los destrozos del agua.

Hace 29 años que no se producía una catástrofe de estas características en Mallorca. Y, aunque todos sabemos que el riesgo cero no existe, nunca estamos preparados para sufrir un desastre natural de tal calibre. En la tristeza de una jornada aciaga, hay que agradecer la entrega a los 400 profesionales que se han volcado en la búsqueda de los desaparecidos, así como a tantas personas que, de forma voluntaria, han tratado de hacer más llevadero el sufrimiento de sus vecinos.

Acostumbrados a vivir con una notable seguridad, un desastre de este calibre nos hace ser conscientes de nuestra vulnerabilidad. Un triste aviso para recordar que la protección nunca es total y que la prudencia es obligada cuando nos enfrentamos a situaciones que no controlamos. En esos momentos resulta prioritario seguir las recomendaciones de los organismos encargados de la seguridad y no exponernos más de lo imprescindible. No solo no arriesgar nuestras vidas, sino no poner en riesgo la de aquellos que se encargan de velar por la protección de todos.

Aún es pronto para aventurarse a señalar irregularidades o factores que podían haber evitado o mitigado la tragedia, pero es importante reflexionar sobre ello. La intensidad de las precipitaciones fue tal que desbordó el torrente de Ses Planes, lo que provocó la inundación del núcleo urbano de Sant Llorenç des Cardassar, atrapando al vecindario en unas casas prácticamente asentadas en la cuenca del torrente. La tragedia invita a extremar el rigor en la construcción y a implicar a las administraciones en la revisión de zonas susceptibles de sufrir desgracias similares. Al menos, que la tragedia sirva para extraer alguna lección para el futuro. Enseñanza imprescindible en un país marcado por la voracidad inmobiliaria.