En la mesa de Messi

El premio de la FIFA no debería llamarse The Best, sino The Best of the Rest

Leo Messi, celebrando un gol esta temporada.

Leo Messi, celebrando un gol esta temporada. / periodico

Jordi Puntí

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Cuánto más veo jugar al Barça, año tras año, más claro tengo que todos los partidos del equipo son como vasos comunicantes. Lo que ocurre en un partido influye en el siguiente, y en el otro, y así toda la temporada y en todas las competiciones. Una combinación que no sale bien en una jugada, a lo mejor reaparece con éxito, mejorada, siete partidos más tarde, y con los mismos protagonistas. Semedo se va atreviendo. Arthur se está soltando. Messi Alba recuperan sus conexiones letales. Etcétera. Como esa mariposa que batía las alas en la teoría del caos, un control fácil de Busquets puede transformarse, dentro de varios minutos -¡o incluso partidos!- en la puerta que abre una jugada de gol de Rakitic...

El mejor ejemplo de este trasvase de talento a lo largo del espacio y el tiempo es, por supuesto, Leo Messi. El gol que marcó en Mestalla parecía todavía el último resuello del partido del miércoles frente al Tottenham, y no el primero del domingo contra el Valencia. De la misma forma, en la segunda parte sus piernas y las de sus compañeros parecían vacías como en el esfuerzo final de Wembley. Es probable que Valverde tardara demasiado en hacer los cambios, y con más minutos habríamos visto más travesuras de Dembélé, pero tenemos que comprenderle: el entrenador por fin ha dado con un centro del campo que sabe combinar y da gusto dejarse hipnotizar por sus movimientos.  

Al final, con ese empate a uno, podríamos pensar que los vasos comunicantes se notaron también en lo malo: algunas pérdidas de balón y despistes defensivos nos transportan directamente a la insatisfacción de las recientes pifias contra el Athletic Club, Girona, incluso Leganés. Esa similitud, no obstante, es falsa: entre ayer y los demás puntos perdidos está en medio la exhibición de Londres, así que empatar en Valencia, con esa presión alta que hacían los delanteros, con la circulación tan rápida del balón, es un mal menor que, de seguir en esta progresión, acabará siendo una simple anécdota.

El optimismo se llama Messi

Los barcelonistas que vayan cortos de optimismo, siempre pueden fijarse en ese Real Madrid que echa en falta los goles de Cristiano Ronaldo. Pero no es necesario: los vasos comunicantes nos aseguran que el optimismo sigue llamándose Messi. Su exhibición del miércoles pasado en Wembley ha vuelto a abrir el grifo de los elogios y de golpe hemos revivido la ilusión de esas grandes noches de Champions y sus adjetivos grandilocuentes. Nadie en su sano juicio duda de que el último premio de la FIFA, al que Messi no estaba convocado, no debería llamarse The Best, sino The Best of the Rest -es decir, el mejor del resto- mientras él siga jugando.

Hace un par de meses, con la euforia del Mundial ganado, sintiéndose estrella, Griezmann se vino arriba y dijo que él comía en la mesa de Messi. Menuda ingenuidad. Quizá habría comido de fichar por el Barça. Porque en la mesa de Messi no comen los mejores, sino los que él decide invitar. Por si alguien aún no se había dado cuenta: la mesa de Messi es comunal, igualitaria y redonda. Como un rondo.

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